Tole tole
lunes 14 de julio de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Creo que cualquier idiota tiene derecho a componer canciones imbéciles y a casarse con estúpido, el sexo es lo de menos. Lo peculiar del fenómeno reside en la estulticia, no en el género de los protagonistas. Dentro de la malicia convencional con que los medios lanzan dardos a los famosos para arañarles una parte de sus beneficios mediante el escarnio público, sigue destacando el especial énfasis que se descarga contra las señoras cuando dan un braguetazo y tocan poder. Resulta comprensible que para salir de la miseria se venda el cuerpo y las ideas aunque es más despreciable que sin necesidad se haga lo mismo para brillar el doble en el firmamento de los vips. No alcanzo a ver los encantos que Carla Bruni habrá encontrado en Nicolás Sarkozy, salvo que sea presidente del gobierno galo, sobrevuele en su avión plateado las pirámides de Egipto y tenga trazas de chulo bajito. Tampoco comprendo qué diantres tendrá la Bruni que no tenga cualquier modelo del montón, salvo que interprete sus canciones gimiendo al micro y se haya pasado por el pabellón puente al top ten de los roqueros más sonoros. Sin embargo, el tándem Bruni/Sarko es una máquina publicitaria que funciona en ambos sentidos. Al menos por ahora. La cantante y el político dan morbo a la audiencia y colocan a los mandatarios en las gacetillas rosas, circunstancia sin duda más benéfica que llevarnos por los severos andurriales de la mala educación, la soecidad, el racismo y la mafia del Berlusco italiano, ese bravucón pasado de vueltas que, gracias a la inmunidad, ya puede campar como le venga en gana. Ahora que el Mediterráneo se viste de gala veraniega para crear un espacio de diálogo y negocios entre norteafricanos, ribereños europeos y las gentes de oriente próximo, el romanticismo interesado de la primera pareja de Francia es un ejemplo chic para los jóvenes frente a la familia convencional, muy avejentada en sus hábitos y poco sincera en lo sentimental. Si hay algo vendible en la imagen pública de Sarkozy, es que cumplió su palabra masculina de cortar por lo sano con su señora casándose en segundas nupcias con la que hasta entonces era su amante. Parece una tontería, pero muchos hombrecitos van por la vida matrimoniados y haciéndole creer a «la otra» que cualquier día llegará la separación y formalizarán lo suyo. En la esfera pública hemos tenido sonoros ejemplos de infidelidad. El mastuerzo de turno sale un día aciago en la tele y reconoce que le ha puesto los cuernos a su mujer, la cual, para mayor escarnio, comparece a su lado ante las cámaras sin decir ni esta boca es mía. Y aquí paz y después gloria. Frente a la hipocresía tradicional es un avance que «la otra», más joven, más prieta de carnes y además con un currículo de lo más «fashion», consiga alcanzar el podio de «la señora oficial». Puede parecer de lo más triste o idiota, pero es más sincero. No me extraña que la Bruni, convertida en la primera dama de Francia, se le suba el pavo a la cabeza y cante en su nuevo disco que su amor es más peligroso que la heroína afgana o la coca colombiana. Nadie lo duda. Y políticamente todavía menos. La Bruni está cargando tanto las tintas de su ingenuidad que parece condenada a convertirse en el icono gay del nuevo milenio. No hay costumbre de que una cantautora se case con el jefe y le componga cancioncillas más o menos tórridas en su nuevo disco, suena fatal a los oídos de la progresía que una mujer que se califica de izquierdas comparta el catre con un mandamás conservador. Pero es que el amor es así de idiota y el de la Bruni y el Sarko resulta tan popular que da mucho juego en la peluquería, la sala de espera del dentista o los tiempos muertos de la oficina. A medida que a la parejita se les vaya complicando la existencia —es ley de vida— sus respectivos diseñadores de markéting tendrán que ir generando una cronología de acontecimientos algo más asumible para sus carreras profesionales, así que la imaginación de los guionistas políticos se mide esta vez con la persistencia de los paparazzi, dos intereses económicos distintos libran una nueva batallita en los medios de comunicación más serios y al mismo tiempo en la crónica rosa del papel couché. A ambos les interesa alimentar el tole tole, sólo surgirán las desavenencias cuando lo más turbio emerja a un primer plano. Sólo es cuestión de esperar.

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