Regresar constantemente
Crónicas
© Sergio Plou
martes 18 de marzo de 2008

     Cada vez que regreso, por cerca que esté el penúltimo destino, la ciudad donde nací me sigue pareciendo igual de extraña que siempre. Aunque lo comprendo, se me hace raro que las personas se obsesionen tanto con el terruño donde vinieron al mundo. A mí me gusta imaginar que hablo otra lengua y que soy de otra parte, por temporadas me he sentido islandés, cubano, portugués y sin duda algún día podré sentirme de Escocia o Nueva Zelanda. Un día me preguntó el escritor Ismael Grasa que por qué escribía tan poca cosa sobre mi ciudad y tanto a cerca de cuestiones internacionales. La razón es que siempre me gustaron los mapas y la geografía. En raras ocasiones me he quedado atónito imaginando cómo se viajaría por la superficie marciana o cómo sería el universo después de abandonar la órbita de Plutón, al fin y al cabo la astronomía es la geografía a escala total, aunque haya que soñar demasiado para sentirse ciudadano de Andrómeda. Soy capaz de verme en cualquier parte y de encontrar un pequeño refugio para guardar mis cosas y reposar allí mis huesos, lo que me sorprende es volver. Es cierto que a las personas se les coge cariño, tal vez demasiado como para perderse en el camino explorando sobre la marcha otros paisajes y otros rostros. Echar raices se parece demasiado a convertir tu cuerpo en un árbol. A estas alturas de la vida tendría que estar echando frutos a mansalva o reduciendo mis pertenencias al mínimo, pero lo único que he conseguido es que mi memoria se vuelva más portátil y mis recuerdos se pierdan en un recodo del cerebro. Igual tendría que adquirir una consola para ejercitar la mente, pero tampoco me desagrada olvidar.
     A medida que creces, los conocimientos ocupan tanto espacio que se almacenan en baúles minúsculos pero extensibles. La llave de estas pequeñas cajas suelen diseñarse a la medida de sentimientos muy concretos, emociones que no logramos atrapar debido al deterioro de nuestras conexiones neuronales, las que se esbafan debido al alzhéimer. Hace unos meses, durante una operación en la que a un sufrido paciente le levantaban la tapa de los sesos, se le aplicaron corrientes eléctricas de baja intensidad pero de forma directa en su materia gris. El sujeto no mostró ninguna mejoría en la dolencia que provocó semejante intervención, pero de manera inusitada comenzó a recordar detalles de su pasado más remoto con todo lujo de precisiones. El médico, por una parte, fracasó de forma rotunda con su enfermo pero, por otro lado, batió palmas con las orejas al descubrir un método eficaz contra la pérdida de la memoria. Las casualidades puede que no sean favorables a nuestros intereses. La investigación, como la propia vida, es muy caprichosa en los resultados y con frecuencia repercute en materias muy distantes, de modo que debemos abrir los sentidos a lo que nos ofrece la experiencia. Es muy posible que no nos regale exactamente lo que andamos buscando, pero que nos abra las puertas a otra mentalidad. Tener un sitio al que volver, regresar constantemente al lugar de partida, será el resultado de un vicio o una costumbre pero también indica otros patrones de conducta. El espacio donde nos desenvolvemos de manera habitual nos sirve de contraste.
     He tenido amigos con unas ganas locas de adaptarse a un nuevo país. Perfeccionaron sus conocimientos sobre el idioma hasta conseguir hablarlo de una manera tan precisa que sus pensamientos se articulaban en una lengua que ya no era la materna. Sin embargo, se desesperaban porque a los ojos de sus nuevos compatriotas nunca alcanzarían el rango de ser considerados como uno de ellos. Es más, se sentían atrapados en la imagen del emigrante español y cualquier gesto que hiciesen era catalogado siempre dentro del mismo espectro: la lucha por la adaptación. Al regresar a su tierra se dieron cuenta de que tampoco encajaban. La distancia entre sus recuerdos y la realidad les parecía insalvable. Comprender las ventajas del desarraigo lleva su tiempo. El tiempo nos ayuda a contactar con las personas que están pasando por lo mismo que nosotros y el aprendizaje nos muestra al fin la cara más útil de nuestros constantes regresos. Es entonces cuando descubrimos el por qué de nuestras salidas. Y todo se calma en nuestro interior.

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