Quien a hierro mata, a hierro muere
Crónicas
© Sergio Plou
jueves 27 de noviembre de 2008

   Un día antes de viajar a Barcelona, y por los pelos, nos reunimos en el comité local de la calle Conde de Aranda y pude conocer por fin a los cincuenta y siete componentes de la temida «base del partido», gentes de muy variado pelaje, de mentalidades, creencias y filiaciones diferentes, cuyo único y común denominador era quitar de enmedio al zutano que había ninguneado a una persona capaz, amable y con sentido del humor. Si la venganza es un plato que se sirve frío, en esta ocasión era un tormo de hielo. A esta mujer, por supuesto, la tenemos calada y sabemos del pie que cojea. Le gusta ir de frente pero no le dejaron otro camino que ir de costado, así que iba la pobre de tranquilizantes hasta las cejas. Ya pasó el mal trago y puedo considerarme liberado de la carga moral que representa estar afiliado a un partido que no me convence. Aunque estoy dispuesto a entrar por un tiempo en los que haga falta, siempre que haya que apartar de la poltrona a los que se resisten a soltarla o la utilizan en beneficio propio, que son legión. Si jugásemos de vez en cuando a este juego tal vez las cosas funcionasen de otro modo, pero tampoco es cuestión de volverse un ingenuo. La inocencia es un elixir que hay que beberlo a sorbitos. Aunque la experiencia ha sido positiva y es fácil cogerle el gusto a participar en el desmontaje de mecanos, durante un buen tiempo espero no repetir... La conciencia duele.
   Todo ocurrió el pasado jueves día 20 de los corrientes. Habíamos hecho una quedada previa en un garito de la plaza de toros. De alguna forma asistiríamos a una corrida y era menester rodearse de banderillas, estoques y demás aderezos taurinos, para pillar la onda política. Una onda en la que estamos pez. Hasta entonces los ciudadanos de la célula en cuestión que yo conocía podían contarse con los dedos de las manos y me sobraban articulaciones, pero pronto me di cuenta que iba a emparentarme durante unas horas con individuos sin afectaciones ni mierdecillas, medio centenar de personas frecuentes y bien dispuestas a colaborar en la dulce tarea de la limpieza. Hubo saludos, risas y olía a clandestinidad. La inmensa mayoría de los presentes nunca había estado en el tenderete que se montaron los socialistas hace unos años en pleno centro de la ciudad y reinaba cierta expectación entre la concurrencia. La verdad es que no defraudó. Menuda cucada de localito. Qué moñoño, cuánta madera noble y qué acabados en el diseño, por favor, si casi daba grima desplazar los zapatones por el suelo. Como era de esperar, y triunfando de primeras, me pitó en el escáner la mochililla de cuero. Íbamos entrando en la sacrosanta capilla de Pablo Iglesias en subgrupos de diez, por aquello de no dar el cante, así que tampoco me cachearon contra una esquina ni me llamaron a capítulo. Era cuestión de no crear aglomeraciones e ir flanqueando el paso a los que aún estaban en la calle. Una vez dentro me entraron ganas de conocer los retretes. Es muy importante visitar el váter, que es como un libro abierto en cualquier vivienda. ¿Estaría enlosado con mármol de Carrara? Jamás lo sabré. Eran casi las siete y media de la tarde, llegábamos con el tiempo justo a la segunda convocatoria y en la puerta del salón de reuniones nos fueron pidiendo la documentación, así que no tuve la posibilidad de entretenerme con los azulejos del servicio de caballeros. En la mesita de control, habilitada para tomar los carnés y verificar a los correligionarios, encontré a una de «las jurisprudentes» de la célula . Tener colocado a alguien de confianza en las zonas clave es de sumo interés, no vayan a darte gato por liebre.
    Como era de esperar, mi nombre no figuraba en la lista general de asistentes. Siempre fui una incidencia, no hizo falta que me lo recordasen. El certificado que llegó de la capital del reino autorizándome el paso y la votación posterior me esperaba tan rícamente. Escribieron mi nombre a bolígrafo y entré a formar parte de aquel ilustre rebaño que paseaba los pies por la moqueta azul. Un color muy aristocrático para tratarse de una agrupación progresista, pero muy socorrido a la hora de pasar el aspirador. Me topé con Carmen Solano por allí, concejala de cultura de cuando un servidor hacía teatro. Incluso vi en su salsa a las huestes del supremo Pérez Anadón, exgobernador civil y teniente de alcalde. La pregunta en ese instante no era otra que apostar por una buena localización. ¿Dónde nos colocábamos? La sala tendría una capacidad para trescientas personas aproximadamente. Subía desde el estrado hasta el fondo en una inclinación del diez por ciento y pensé que las últimas butacas serían las más animadas durante el espectáculo. Además estaban libres. Por un instante razoné si merecería la pena aproximarse lo más posible al espacio donde presumiblemente se desarrollaría la acción principal. Es decir, lo más cerca posible de la pareja que, políticamente hablando, se iban a «pasar a cuchillo». La táctica era muy simple. Se trataba de presentar una única lista a la dirección de la agrupación local, encabezada por el tipo que pretendíamos desbancar de la poltrona. Sólo que él desconocía el ardid. En su prepotencia confiábamos todos. A última hora, en el último segundo, la lista presentada sería otra muy distinta. Una lista, por supuesto, donde no estaría su nombre sino el de la persona a la que había estado tomando el pelo durante años. Sería traicionado de la misma forma que empleó este sujeto con las listas para las Cortes de Aragón. Es un tema clásico en política: quien a hierro mata, a hierro muere. Supuse que ver su careto de cerca, cuando se descubriera el pastel y se llevara la mano al pecho, constituiría un puntazo. De hecho me fijé en que algunos componentes de la célula, no sé si por morbo o por si entraba dicho sujeto en perrenque y había que sujetarle, se habían apostado a una distancia moderada del interfecto. Ni muy cerca ni muy lejos. Desde allí asistirían a la puñalada trapera en butaca de patio. Deduje que no era un buen plan arremolinarse formando escuadrillas, quedaban vacíos los asientos de la clá y engordar la grada es una tarea sencilla pero fundamental, así que pasé al fondo y al sentarme me llevé las manos a la sesera. Había olvidado la máquina de fotos y los prismáticos, un desastre. Este olvido, en cambio, me ayudó a concentrarme y cuando más tarde insinuó un zutano que iba a impugnar la votación me levanté como un poseso a aplaudir en su contra, tarea a la que se unió la célula en su conjunto como si tuviéramos todos el mismo ADN, impidiendo así cualquier maniobra rastrera. No fue un momento cumbre, al menos en sentido estricto, pero con la cámara y los prismáticos en la mano hubiese sido menos efectivo y espontáneo. No hay mal que por bien no venga.
   De todos modos fue más simple de lo que creíamos. Se constituyó la mesa con una persona de confianza —para contar bien los votos— y se pidió a la concurrencia que presentara las listas. Se levantó un miembro de la célula con el folio en la mano y lo entregó en el encerado. Cuentan que en ese momento, cuando alzábamos todos el cuello buscando la jeta del nuevo cadáver político, la jefa de la célula descubrió sus cartas al interesado, el cual se sentaba codo con codo a su izquierda, y el mengano se quedó lívido de la impresión. Quien siembra vientos recoge tempestades, así es la vida. Llega un día en que Mickey Mouse le da la puntilla al Tío Gilito en su propia jeta y la peña se queda boquiabierta. «¿Alguna lista más?», preguntó el vocal de la mesa por el micrófono. Hubo cierta confusión entre los afiliados. No alcanzaban a comprender por qué se pedía otra lista, ¿no bastaba con «la de siempre»? Pues por una vez, y sin que sirva de precedente, harían falta dos. Rápidamente se cruzaron cuchicheos, papelitos de un lado a otro del salón de reuniones, y se empezó a escribir a bolígrafo la lista de los competidores. Había 89 personas dentro del edificio y nosotros éramos 57. Fue divertido verles sufrir...

Crónicas
2007 y 2008 2009 a 2011
Artículos Críticas Literarias Relatos Las Malas Influencias Sobre la Marcha La Bohemia La Flecha del Tiempo