Puente de mayo
Crónicas
© Sergio Plou
miércoles 30 de abril de 2008

      A excepción de los madrileños y como era previsible, ante la llegada del puente todo el mundo se va poniendo enfermo. Desde la última crónica que escribí sobre mi sexóloga cogió la pobre una infección intestinal y hasta el próximo martes no podrá atenderme. El técnico del ordenador se desentiende de la sordera de mi computadora hasta el lunes que viene, porque la señorita que me atendió y él mismo han caído enfermos de repente. Mi compañera sentimental, por otra parte, se nota resentida del trocánter izquierdo, al que yo califico— por su situación estratégica en el conjunto del cuerpo— como el crocanti. El crocanti es un cartílago que tenemos en la cabeza del fémur. Los que tenemos fémur, claro está. Su dolencia se debe al espasmo de los músculos psoas, que determinan una tracción anómala sobre el tendón terminal produciendo un estímulo chungo sobre los nociceptores. No es raro pues que sienta llegar una ciática y barrunte lluvia, por esa razón no cogemos la moto durante estos días y nos vamos a la sierra de Madrid en un económico autobús. Si hubiéramos decidido lo contrario seguramente ahora no estaría brillando el sol ni tendríamos buen tiempo. Al revés, iríamos por la calle con el paraguas en la mano. Antes de caer secos en la piltra y tras una breve lectura de «Materia Extraña», de Gómez Cadenas, le estuve metiendo los dedos en un masaje profundo hasta más allá del colodrillo. Lo hice por si acaso y porque me gusta dar masajes, no lo puedo evitar. He dedicado tanto tiempo a bruñir lomos y espaldas que todavía desconozco por qué no me he dedicado profesionalmente a cuidar los ijares de la gente. Acaso en otra vida, como diría mi madre, fui masajista. O sexador de pollos, quién sabe, lo mismo era mi vocación. Como no hubo forma humana de acabar con el dolor, esta noche y para rematar la faena, acudiremos al Teatro Principal, cuyas butacas deshacen todo tipo de vértebras y micronizan músculos, tendones y cartílagos hasta que logras lo imposible: hacer masa química con el asiento. Allí estrenan «Viento», el nuevo concierto de Alejandro Montserrat , al que le auguro un éxito rotundo si somos capaces de pasar la dura prueba de nalgas. Todavía me hago cruces de por qué no cambiaron los asientos cuando hicieron la reforma del teatro. Puestos a derrochar, ¿qué les costaba? Qué poco respeto se le tiene al público, por favor. Menos mal que mañana será otro día. El día en que nos daremos el piro. Al piro me llevo el portátil, porque estoy concienciado para escribir a la fresca, bajo algún árbol de los jardines que Isa e Inma tan maravillosamente cuidan en la sierra, al filo de Guadalajara. No es extraño que a mitad de los preparativos recibiese ayer un mensaje. De haber tenido un GPS habría descubierto su localización exacta: 42º y 52 ' de latitud Norte. 8º 33 ' de longitud Oeste. Allí está Pat durante un par de meses peleando con los fantantasmas de su pasado. Espero que no se coma mucho el tarro, ¿para qué? A mí me han acusado siempre de que le doy demasiadas vueltas a la mollera. Y lo mismo es verdad. De hecho estoy maquinando cambiar el baño y no lo veo claro. Los presupuestos que he recibido hasta ahora me han dejado las neuronas fritas. Mal asunto, porque gracias a mi nuevo régimen alimenticio hace ya unos meses que abandoné la ingesta de pan. Sin pan no se puede huntar nada, ni siquiera tus propios pensamientos. La sola idea de rebañar cualquier plato me provoca una erección. Y eso que he abandonado los huevos durante un tiempo. Me había convertido en el monstruo de los huevos fritos y yo sin huevos fritos soy la mitad de la mitad. La verdad es que no me subo a la báscula porque me da repelús, aunque tampoco noto que se me caigan los pantalones ni que me cuelguen las mamillas. Igual es que para estar delgadito hay que pasar las noches en blanco, tal vez en el proceloso mundo de los plásticos o en cualquier otro planeta. En el planeta Expo, según las últimas noticias, trabajan ya seis mil personas y ahora lo hacen doblando turnos a todo trapo, noche incluidas. Esa gente se estará quedando en los huesos. Catorce horas diarias a pleno sol te dejan el cutis de esparto, pero cada noche que trabajas pierdes un día de vida. Supongo que es una cuestión de intereses. Y de echar cuentas. A mí me dijeron los del baño que en una semana me dejarían el váter como para comer sopas. Y yo me lo creí. Eso sí, hablábamos de una semana de espanto y más de seis mil euros de factura. Una semana integral, como la entienden los europeos del este, sin festivos ni descansos y en una ruidera completa. Recibir el presupuesto y caer en una actitud metafísica fue un suceso instantáneo. Me dio por pensar en el futuro imperfecto, en el condicional e incluso en la perifrástica pasiva. Hasta le propuse a mi compañera sentimental que si quería venirse a vivir conmigo. Ella aceptó enseguida, pero comenzó luego a inquietarse y a hacerme preguntas, por lo que tengo la impresión de que va a quedar todo en agua de borrajas. Piensa que es una cuestión económica. No entiende muy bien qué es lo que ha cambiado en nuestra situación afectiva que no viniera produciéndose desde hace una década. Y la verdad es que yo tampoco. Igual es que me estoy haciendo viejo o me siento gordo, quién sabe. Igual es que necesito emociones fuertes.

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