Pies de barro
Crónicas
© Sergio Plou
martes 17 de junio de 2008

     Tengo una amiga que se cree más enferma de lo que está, o que está más de lo que cree, da lo mismo porque en esta sociedad anónima el orden de los factores no altera el valor del producto. Ella es un factor y el producto es lo que elabora durante ocho horas, porque en las fábricas no caben los sentimientos. Tiene suerte de que le haya tocado trabajar sentada y no lo sabe, aunque tampoco pondría la mano en el fuego de que realmente le haya tocado estar de pie. Es muy importante que cultive la fortaleza de su mente. La mente es lo que somos, al menos mientras funciona el cuerpo. Tendría que estar gozosa porque no ha de usar la cabeza salvo en procesos súmamente mecánicos, de modo que sólo está vendiendo sus manos a la empresa que le paga. Pero esta frase que acabo de escribir a mí me costó años comprenderla. Para comprender algo, de verdad, hay que haberlo vivido. Imagino, por lo que cuenta en su blog, que se ha rajado. No se desprende de una manera literal ni soy capaz de preguntarle directamente. Si alguna vez se dedica a escribir tendría que afinar más. Detrás de cada palabra se ocultan pliegos de sensaciones, minutos y horas largas como trenes, días inmensamente deformes, pero no me encuentro con ganas de dar ánimos a nadie, y menos para que continúe dando el callo en un garito impresentable. Me gustaría decirle, sin embargo, que una cosa es el diagnóstico y otra muy distinta la vanidad. Es la vanidad lo que tiene dolorida, aunque sienta que está volviendo atrás en el tiempo y se vea de nuevo como hace años. Cuando una persona no se encuentra bien consigo misma conviene darle un respiro, no agobiarla, para que consiga rearmarse de nuevo. Cada cual tiene su proceso a la hora de mirarse al espejo y reconocerse. Recuerdo, cuando yo entré a trabajar en el proceloso mundo de los plásticos, que dudaba de mis capacidades como peón. Era una ingenuidad, porque no tardé mucho en averiguar que para peón vale cualquiera, cualquiera que tenga semejante disposición, claro, aunque mis capacidades en realidad siempre fueran otras. El contacto con la dureza del peonaje no se mide exactamente por la pérdida de energías, que en muchos casos también te agotas físicamente, sino por la disociación mental que has de producir en tu cerebro para que no te dé un jamacuco. Lo duro, para una persona que trabaja con la mente, es machacarse las manos y el coco con banalidades. Pero este ejercicio de humildad es necesario para los artistas e intelectuales, porque les hace tomar conciencia del mundo en el que viven y después, a la hora de escribir, de cantar o bailar, incluso de hacer una tesis doctoral, no olvidarán nunca de dónde vienen ni lo que ocurre en las galeras del mundo. Cuando te alquilas no puedes perder el horizonte de tu plan, si llegas a olvidarlo se acabó lo que se daba. El plan no es el trabajo en sí mismo, salvo que sea vocacional, sino conseguir un dinero para encontrar algo que merezca la pena. Los oficios no vocacionales son alienantes, existe numerosa literatura al respecto, de modo que conviene tener la cabeza fría y en su sitio mientras gastas las ocho horas de vida que estás vendiendo. No es fácil. Mi táctica para no volverme loco fue echar mano de las libretas. Escribí veintidós libretas mientras duró el suplicio de mi aprendizaje y jamás podré olvidar el precio que pagué en horas perdidas. Eso sí, la experiencia no me la quita nadie. Estoy doctorado en burguesía aragonesa, licenciado en clase trabajadora y tengo incluso algunas nociones de lúmpen. Palabras como humildad, orgullo y dignidad, adquieren a lo largo de una década numerosos significados. Te los puedes inventar, por supuesto, pero cuando los vives se convierten en únicos. Es frecuente, al herirse la vanidad, que sobrevenga el llanto. Verse rebajado a tareas mecánicas no es plato de gusto, sobre todo si te sientes capacitado para más altos vuelos, así que te encierras como un caracol en tu cáscara mientras piensas que se derrumba el mundo. La épica consiste en superar ese trance y colocarse de nuevo en el disparadero. Volver para sentir, sentir para hacerse más fuerte, endurecerse para salir de allí. Hay quien se pone banda sonora en Mp3, otros escuchan la radio, si no se lo prohiben. Yo empecé por lo más simple: un diario. Escribir lo que te ocurre es dejar constancia de lo que vives, continuar siendo lo que eres. Descubres muy pronto que tienes los pies de barro pero si te adentras en esta sensación irás comprendiendo muchas otras cosas: el valor de una café a media mañana, el sueño que te derriba cuando llega el cansancio y el precio impagable de la libertad.

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