Pejepalo
Crónicas
© Sergio Plou
domingo 25 de noviembre de 2007

  Según las últimas enseñanzas de la física teórica vivimos en un presente inmediato. La Teoría de Cuerdas, lo más noqueante de la física moderna, afirma que existen al menos once dimensiones: cuatro más o menos conocidas y siete enrolladas en espacios minúsculos. Se teme además que el universo que conocemos no sea el único que hay, sino que tenga múltiples hermanos, algunos de ellos gemelos. Para colmo, la física de partículas atraviesa un momento espectacular. Los átomos gozan de propiedades extrañas. Por ejemplo, pueden estar en dos sitios al mismo tiempo o incluso aparecer de la nada gracias al entrelazamiento o la superposición, cualidades que permitirán transmitir en el futuro cualquier volumen de información de manera secreta e instantánea. Los aceleradores de partículas que ahora se construyen en el planeta obtendrán respuestas de difícil comprensión para el común de los mortales, pero que nos darán una idea de conjunto mucho más compleja de lo que nuestros ojos pueden contemplar. Hace falta tener unos ojos gigantescos para apreciar, por ejemplo, que constantemente somos atravesados por neutrinos. En nuestra inmensa ignorancia atribuimos a la magia o la casualidad demasiados acontecimientos, cuando realmente ocurre que no somos capaces de verlos con unos ojos más grandes. ¿De qué nos sirve pues el conocimiento si no podemos aplicarlo a nuestra vida cotidiana? Supongo que para ver el mundo con más cuidado y sin extraer conclusiones precipitadas. Hace mucho ya que la ciencia ha demostrado que la mera observación de un acontecimiento cualquiera tiene el poder de modificarlo. Si algo semejante ocurre con un simple fotón, ¿qué pasa con un ser humano? Probablemente nada que esté en nuestras manos evitar. Sobre todo si somos curiosos. La libertad y el libre albedrío no son inventos ni destinos, se crean o se destruyen a medida que se ejercen. Lo complicado es encontrar pruebas a niveles microscópicos y astronómicos, porque la tecnología cuesta un pastón. Dada nuestra escasez de medios, es lógico que en nuestra vida cotidiana nos manejemos por patrones mecánicos, el clásico esquema de acierto o error. Ya nos gustaría tener una máquina que nos ahorrara el esfuerzo o que al menos nos aconsejara in situ sobre las probabilidades reales de nuestros posibles fracasos. Entristece que los fracasos tengan difícil arreglo una vez producidos y no parece que rebajar las expectativas de éxito garantice la solución de los proyectos. Al revés, los paraliza, de modo que resulta inevitable moverse con los cinco sentidos. Desayunar fuerte, comer menos y cenar fino no impide que de vez en cuando nos agarremos una melopea de espanto al celebrar el cumpleaños. Dos licorcitos de orujo y un chupito de cuatro rosas son suficientes para ponerme cuántico. El pasado y el futuro se confunden entonces en un presente eterno, muy ruidoso. A las cuatro de la madrugada en la sala Z vuelan los protones y los antiprotones, se producen supersimetrías de extraña belleza. Ocurre lo mismo a cualquier hora y en cualquier parte, pero sólo una resaca formidable - la que se produce al día siguiente, la que te deja como un pejepalo - es capaz de lograr que las palabras se junten y se separen sin dejar suelto ningún cabo, y al mismo tiempo dejándolos todos en el aire. Será cuestión de no tomarse demasiado en serio.

Crónicas
2007 y 2008 2009 a 2011
Artículos Críticas Literarias Relatos Las Malas Influencias Sobre la Marcha La Bohemia La Flecha del Tiempo