Parnaso
viernes 14 de diciembre de 2007
© Sergio Plou
Artículos 2007

    Tras la presentación de la ciudad de los monegrinos prodigios, cuya imaginaria maqueta descubrió antes de ayer a los incrédulos ojos del mundo el señor Biel, llega el momento del farde, el pingüe y el pavoneo. En el corral de las Cortes, en la Aljafería, Biel mostró su virreinato salido de cuentas. Muy ufano y ocurrente - demasiado vermú - tuvo un lapsus intelectualoide y se puso de lo más plural mayestático. Habló de sí mismo como todo un gobierno, del cinturón a la glotis, territorio al que adjetivó de no puritano. Resulta evidente que no es un hombre de austeridades. Y si lo es lo disimula con eficacia. Sin embargo es flexible cual vara de bambú. El puritanismo, a su juicio, debe basarse en la sacralización de las perras y no está por la labor de respetar los dineros. Al contrario, se debe jugar a todo trapo con los cuartos hasta levantar una urbe en el desierto. La duna es el colmo del PAR, su tesoro. La foto psicológica de una boleta de esparto al albur del cierzo es para ellos el símbolo de una injusticia que se disponen a borrar de nuestra memoria colectiva. Si cuela una base militar como si organizan allí una Andorra. Hay que arriesgarse, según Biel, porque si no te metes en berenjenales difícilmente mueves el capital. Toda la farra de Gran Scala puede generar al gobierno de Aragonia la friolera de setecientos milloncetes de euracos, que irán a la saca vía impuestos. Lo suelta Biel con la boca grande, como si fuera un pastón, pero que representa poca cosa si los comparamos con los dieciocho mil millones que cuentan - y dicen - que van a enterrarse alli. De modo que su ausencia de puritanismo refleja poca exigencia y equivoca al entorno.
    No es raro que la peña se pregunte a qué otras sacas irá a parar el grueso de la inversión, porque si hay inversión es que hay negocio. La tradicional desconfianza baturra esperaba una respuesta pero la cámara de diputados autonómica, en lugar de pedir cuentas, agarró el rábano por las hojas y se lanzó de lleno al abrevadero del puritanismo, donde cuajó hasta discutir sobre quién acude con más asiduidad a misa. Verlo para no creerlo. Lo más estrafalario del debate se desencadenó entonces por sí solo al intentar reconducir las posiciones mediante una comparación paradisiaca. Los que estaban desde hace un año en la pomada de Gran Scala, los que llevaban estos tejemanejes en secreto para no perder las riendas, comprendieron en seguida que entre sus manos iba cuajando un asunto tan morrocotudo que por sí solo te empujaba a creer en Dios. No en vano se abría ante sus ojos atónitos el Paraíso mismo y semejante ingenuidad religiosa exigirá, de llevarse adelante, unas infraestructuras de tomo y lomo. Tal vez sea esa la única forma de acabar la autovía de los Pirineos. Tal vez así los aeropuertos de Huesca y Zaragoza puedan absorber algún día mayor número de pasajeros internacionales. Tal vez así el virreinato de Biel consiga que los dinosaurios de Teruel despierten de su letargo y vuelvan a rugir. O que se separen las cumbres que nos separan de Francia y crucemos la frontera en Ave desde Canfranc. Quién conozca lo que ocurre en la cabeza de Biel, tiene un lugar asignado a la diestra del padre, porque no lo sabe ni él. Y alguien tendrá que explicarle la diferencia entre el parnaso de los negocios y el espejismo económico.

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