No podía ser de otra forma
Crónicas
© Sergio Plou
lunes 25 de febrero de 2008

   El domingo se presentaron en mi casa dos policías municipales. Se encontraron a una de las hermanas cotillas por la escalera y le preguntaron a bocajarro por un sujeto que resultó ser mi propia persona. Todavía no sé por qué este tipo de menudencias suelen pillarme a contrapelo. Tengo comprobado que si mi nombre puede quedar de alguna manera en entredicho la circunstancia que proyecta la duda suele desarrollarse cuando me encuentro en el retrete. Es desde allí donde escuché el timbre del portero automático, sentado en la taza y contemplando las musarañas con cierta inquietud. Ligeramente alerta. Ya se sabe lo que da de sí en el vecindario cualquier tontería, lo que puede engordar una sandez. Si es promovida precisamente por los agentes del orden, o del desorden, que en este caso son los que te andan buscando, en seguida la falta de discreción adquiere rango de leyenda. La oportunidad de las noticias personales en tal instante de intimidad ha terminado por conformar el hecho de ir al lavabo como la apertura de un paréntesis en mi vida, por lo tanto escojo con cuidado la ocasión de enfrentarme a mis necesidades básicas. Como no recibo llamadas importantes fuera del váter, acudo allí con el móvil y el teléfono inalámbrico en el bolsillo, pero no puedo llevarme la puerta de entrada ni me apetece tampoco inventar un ingenio que me facilite atender los requerimientos del portero automático desde el trono. Pero como soy consciente de que en el caso de producirse un vendaval o un terremoto concurriría indefectiblamente cuando más complejo resulte protegerme, he de reconocer que estaba psicológicamente preparado para acudir a la llamada policial en un minuto escaso. Fue suficiente para que mi vecina cotilla se interesara en voz baja por los aconteceres del misterioso vecino del entresuelo, pero no tanto como para que los guardias me creyeran un facineroso de extrañas costumbres y fijaran un cartel con mi foto en el rellano declarándome en busca y captura. Hubo suerte.
   Una vez identificado como el fulano de difícil localización, pues a su juicio les llevaba a maltraer durante una semana larga, me hicieron firmar unos pliegos de los Juzgados, adjuntándome copia correspondiente, y me entregaron después a modo de regaliz un cuadernillo impreso a colorines. Se trataba, como no podía ser de otra manera, del Manual para los Miembros de las Mesas Electorales. El documento que acababa de firmar no era otro que la conformidad del requerimiento obligatorio de la Junta Electoral de Zona, en la que se me citaba el domingo 9 de marzo a las ocho de la mañana en el Instituto Goya para ejercer como Vocal Suplente en las próximas elecciones. Respiré hondo porque podría haber sido mucho peor. Si me hubiera tocado de presidente o de vocal fijo, no tendría ahora la menor esperanza de salvación. De modo que crucé los dedos y me dispuse a echarle un vistazo al Manual. Que nunca se sabe, con la suerte que tengo, si al vocal titular le dará un torzón o sufrirá un esguince esa misma mañana. Lo primero que registré en la memoria son las causas de exención, ninguna compatible con mis circunstancias. Los mayores de 65 años se libran de la maratón de las urnas y en un barrio tan envejecido tengo todas las papeletas para comerme las papeletas en cuestión. Desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la noche, a lo que hay que añadir el tiempo del escrutinio, las actas, la espera del empleado de correos, la posterior destrucción de los votos aceptados y el viajecito hasta el juzgado de primera instancia. Pueden hacerse las diez de la noche o más. Y todo por 60 euretes. En fin. Crucemos los dedos y que los titulares gocen de buena salud durante este día ingenuo.

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