Ni un puto duro
jueves 7 de julio de 2011
Sergio Plou
Artículos 2011

   Las personas que nacimos durante el siglo pasado todavía sufrimos algún «lapsus linguae» y empleamos los duros como referencia monetaria. Incluso aquellas que van sobradas de liquidez, como doña Esperanza Aguirre, la jefa de la comunidad madrileña, siguen expresándose en múltiplos de cinco unidades con respecto a las antiguas pesetas. Es una costumbre de fácil disculpa, sobre todo en el habla coloquial. Que una señora de acaudalada estirpe aún se exprese en duros no deja de ser una tontería, la paradoja radica en el calificativo denigratorio que emplea. Esperanza Aguirre Gil de Biedma, condesa consorte de Murillo y Grande de España, la mayor de ocho hermanos, que estudió en el Colegio de la Asunción y el Instituto Británico de Madrid, utiliza el ordinario adjetivo de putos para referirse a los duros, y lo hace además con pesadumbre. Fuera de un contexto simplón, donde cabría deducir que los putos duros son rudos individuos que venden su cuerpo o al menos gigolós que trabajan con violencia, la señora condesa fue pillada en una conversación económica con el alcalde de Madrid, don Alberto Ruiz-Gallardón, al que aseguró envidiar su presupuesto de una manera confidencial. El alcalde en cuestión —hijo de don José María, abogado de profesión— cursó estudios en el Colegio de Nuestra Señora del Recuerdo, y está casado con doña María del Mar Utrera, hija de don José Utrera Molina, exministro de Franco que llegó a secretario general del Movimiento Nacional durante la presidencia de Arias Navarro.

   Es chocante que la presidenta de Madrid y el alcalde de la capital de España hablen de dinero. La primera cobra 89.643 euros de las arcas públicas y el segundo 90.590 euros, sin embargo doña Esperanza dice que no tiene «ni un puto duro». No se ha planteado, obviamente, bajar su sueldo al salario mínimo interprofesional para gestionar al menos el resto, y no estar mano sobre mano y sin hacer nada. Podría hacer tres cuartos de lo mismo con el salario de sus consejeros e incluso con el de los diputados de la cámara y ya tendría un trabajillo por delante. A los políticos no se les pasa por la cabeza. Ni siquiera cuando son ricos desde la cuna. Están mucho más cerca del alcalde de Toror, pueblecito de Gran Canaria, que se ha calzado un sueldo de 73.542 euracos. El señor Juan de Dios Ramos, así se llama el prodigioso edil, es probable que tampoco tenga ni un «puto duro», entre otras razones porque «su» ayuntamiento adeuda más de nueve millones o, lo que es lo mismo, casi 299 millones de duros.

   Hablar de una manera malsonante de estas menudencias les suena a chiste, sobre todo a esas personas que no han sufrido una vida miserable de estrecheces económicas. Su cuenta corriente les permitiría con holgura reducir su salario al mínimo, pero no se sienten parte del problema. Al contrario, se miran al espejo y opinan que son la solución, por eso sientan sus culos en una poltrona institucional y lo primero que hacen es subirse el sueldo. Lo mismo ocurre con don Alberto, alcalde de Madrid, que con doña Esperanza, la jefa de su comunidad autónoma. Ambos charlan a micrófono cerrado sobre su carencia de dinero sin caer en la cuenta de que una emisora de radio recoge su conversación. Incluso me atrevería a afirmar que son conscientes de que les graban, pero lo que dicen no va contra ellos, creen que les favorece abiertamente. Estoy convencido además que interpretan su cargo con una visión de propiedad, como si la administración pública que en teoría administran les hubiese tocado jugando a la lotería. En ambos casos concretamente se da el oprobio de que no pueden echarle la culpa de semejante desgracia a sus antecesores, porque no hubo ningún cambio tras las elecciones. Presidenta y alcalde siguen ocupando los mismos puestos y en lugar de cambiar las cosas simplemente se quejan. ¿Harán algo diferente cuando su jefe supremo llegue a gobernar en todo el país? Lo dudo. De hecho, circuló hace unos días por internet un video en el que podíamos contemplar a doña Ana Botella, teniente de alcalde madrileña y esposa de don José María, yendo a una peluquería de lujo en su cochecito oficial y arrastrando tras de sí a toda su cohorte de guardaespaldas. Lo hace a la una de la tarde, por supuesto, en plena jornada laboral.

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