El Cuaderno de Sergio Plou

      

viernes 1 de febrero de 2013

Ni con agua hirviendo




  Desarticular la cúpula del partido popular está siendo complicado. Por mucho que la fiscalía del estado vea indicios delictivos en los papeles de Bárcenas a nadie le apetece bajarse del burro. Salvo en el asunto de las escort, la clase política se ha berlusconizado de tal modo que no hay maremoto que los desprenda de la poltrona. Le han cogido tanto cariño a los muebles del despacho, al coche oficial y a los asistentes, que un problemilla de sobres se les antoja una ridiculez. La magnitud de un desastre, según De Guindos, ministro de economía, no se mide por el impacto que causa en la ciudadanía, ni siquiera entre sus votantes, sino por la inestabilidad que provoca en los mercados. Los mercados, a su juicio, están por encima de estas pequeñeces. De hecho los sobres, en el hábitat de las finanzas, incentivan la productividad y animan el cotarro, por eso la prima de riesgo ni se cantea y las letras del tesoro no se ven afectadas por el escándalo. No se aprecia un impacto significativo, ni siquiera hay un menoscabo de la «marca España». Así que el gobierno se siente estable y seguro, está haciendo lo que debe de hacer y en la reválida sacará sobresaliente.

  El argumento de que la soberanía popular reside en los mercados, igual que la opinión pública y la justicia, la sanidad y la educación, es un mantra que se repite de continuo para derribar el estado social y de derecho que sostiene al sistema democrático. Utilizarlo como excusa ante un delito es ya el colmo de la sandez. Da la impresión de que los gobernantes van por la vida desplegando sus encantos adivinatorios, leyendo las manos de los banqueros o los posos del café que dejan los directivos de las grandes corporaciones en la taza. Todo funciona mientras colabore al enriquecimiento de esta peña y si no les afecta un suceso tampoco merece la pena tomarlo en consideración. Comisiones y mordidas, porcentajes, sobresueldos y hasta los saraos, con motivo de alguna celebración, son eficaces instrumentos económicos para las multinacionales, lo mismo que llevarse la pasta a Suiza o a cualquier otro paraíso fiscal. A juicio de los mercados no hay nada grave en los sobres, siempre y cuando no te pillen. Más importante es que se paguen las deudas a fuerza de recortar en gastos sociales, se meta en cintura a la gente y se privaticen aquellos servicios donde haya negocio. ¿Que han metido mano en la saca? —se preguntan con sorna los mercados—, ¿y quién no?

  Los mercados no tienen ningún escrúpulo en sobornar a quien haga falta para conseguir sus objetivos, se trata de una conducta tan extendida que incluso han creado un máster sobre delitos de corrupción en la universidad de Valencia. La lealtad y la honradez están reñidas con la competitividad y el triunfo, de hecho el perfil de un ingenuo no pega con los negocios porque sería una presa fácil para los tiburones. No debemos olvidar que esta crisis que nos están haciendo pagar nació desde el caos de la ingeniería financiera y las hipotecas subprime, que es fruto de una simbiosis entre la banca y el ladrillo, cuya tercera pata es sin duda la clase política. Mientras el sistema aguante poco importa lo que caiga sobre el gobierno: siempre habrá otro que lo sustituya. Ya puede salir Mariano a la palestra llenándose la boca de honor y rectitud, ya puede dar las explicaciones que crea oportunas. El drama de este sistema es que ninguna de las dos corrientes mayoritarias ofrece una alternativa distinta, tan sólo variantes —más dulces o más agrias— de un mismo proyecto, esa hoja de ruta que los mercados nos asignan. Y gracias a esa perspectiva, cumpliendo con su deber —como dice De Guindos— y haciendo las cosas como el dios de los mercados manda, estamos todos donde estamos. Ellos con sus sobres a buen recaudo y los demás al borde del precicipicio o en la cola del paro.