Neonazismo nórdico
domingo 24 de julio de 2011
Sergio Plou
Artículos 2011

  Ni eran islamistas ni antisistema, simplemente fueron los neonazis. Cualquier descerebrado sin escrúpulos puede hoy arrogarse una bestialidad, aunque no haya tenido nada que ver con ella. Le basta con escribir un panfleto en su blog y afirmar que perpetró el atentado que se le antoje. Es lo que ocurrió el pasado viernes en Oslo, cuando un grupo fundamentalista de marcado cariz religioso, se hizo cargo de la escabechina. Hasta entonces se afinaba con acierto en la capital de Noruega, según pude deducir por los mensajes de Twitter y utilizando el traductor. Un sujeto de elevada estatura, para más señas rubio y de ojos verdes, trotaba como un desaprensivo por la isla de Utøya, fusil en mano y vestido con un uniforme similar al de la policía, ejecutando a los chavales que veraneaban en el cámping de la AUF, las juventudes socialdemócratas. Eran las siete y media de la tarde y la sospecha de que los asesinos no eran los que decían los medios de comunicación, sino un tipo más predecible, corría ya como la pólvora por las redes sociales.


Atentado nazi del viernes en Oslo
  En nuestra ingenuidad no cabe que un ser humano, de manera consciente, perpetre un atentado de semejante barbarie y en nuestra ignorancia es más fácil endosarle los muertos a quien no entendemos, como los clásicos barbudos, gente tan dispuesta que no duda en asumir que fueron los ejecutores de la masacre. Sin embargo, la realidad todavía resulta más horripilante porque proviene de fulanos demasiado próximos, de los que tienden a soltar barbaridades en público sin que nadie les cierre la boca. Estos desaprensivos son capaces de llenar mil cuartillas con rabiosas soflamas xenófobas y colgarlas en la red sin que nadie les preste la debida importancia. Ni siquiera con el propósito de conducirlos ante un especialista en salud mental.

  En esta sociedad, los que quieren instalar un régimen dictatorial todavía son considerados poco peligrosos y a la vista de la tragedia parece obvio que carecen de una vigilancia efectiva, que campan a sus anchas y que van a peor. La policía sospecha de los diferentes, aunque esa diferencia sea producto de su desdén, y tiende a contemplar como semejantes a despiadados criminales. Salta a la vista que algo no funciona.

   Hace poco leía un blog de un emigrante español donde criticaba a la sociedad danesa. Allí daba cuenta de una serie de conductas tan escandinavas como estrafalarias, que el autor creía hace tiempo desaparecidas pero relataba con asombro que la ciudadanía no lo considerase, por ejemplo, de raza blanca sino latina. En los países nórdicos están muy convencidos de que la Europa mediterránea vive en un error al contemplarse como individuos similares a ellos. Estos estúpidos matices en torno a la endogamia social y la discutible lechosidad dérmica producen monstruos. Los mismos fantasmas que se levantan aquí con respecto a los árabes o los africanos, tan ridículos como los que diferencian entre latinoamericanos y asiáticos. Las personas no somos más o menos humanas por nuestro aspecto, son los actos los que nos acercan o nos alejan de esa inteligencia que nos conmueve.

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