Naftalina
jueves 23 de octubre de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Doña Leti se ha dado un garbeo por el colegio donde estudió la enseñanza general básica y tras la visita llegó a la conclusión de que todo sigue igual. Cuando un lugar y sus gentes apenas han cambiado desde que nos fuimos es que ha entrado en decadencia. La prueba del nueve, el experimento que otorga un verismo a las apreciaciones, estipula que si los recuerdos que guardamos en el formol de la memoria se reproducen con un simple paseo, es que algo se pudre en aquel lugar. Y pueden ser las emociones, no cabe duda, pero también el propio sitio.
    Las almas más sensibles, aunque la Historia no haya dejado piedra sobre piedra, son capaces de caer en trance mediante su sola aproximación a un determinado paraje. Basta que allí sobrevenga una ráfaga de aire para que nazca cualquier estímulo y encadenen una experiencia paranormal detrás de otra hasta sumirse en un profundo abatimiento. A la par que muestran signos de un nerviosismo conmovedor, en ocasiones les apabila tal emoción que simplemente se estremecen y a renglón seguido, sin relación aparente, les viene al coco una circunstancia tan ordinaria que rompen a reír. El corazón de los intuitivos no está cubierto de músculos sino de precipicios.Y en ese extremo quisieron colocar a nuestra princesa, a la que se le hizo tan fácil recordar que se le hurtó el más mínimo esfuerzo y desarrollo de sus facultades psíquicas.
    Trayendo desde los procelosos confines de la jubilación a todos los profesores que antaño le impartieron sus enseñanzas, montaron a la futura reina en un tío vivo sentimental. No es raro que todo estuviera igual para ella. Lo jodido es que no tuviese tiempo para digerirlo. En un océano de destellos, entre la niebla de los flashes y la selva de los micrófonos, se sorteaban los abrazos más sentidos, los besos más fugaces, los rápidos apretones de mano y hasta las genuflexiones más virtuosas. Sufrió la halitosis del profesor de matemáticas de cuarto seguida del tinte horripilante de la señorita de lengua que tuvo en primero, cuyas extensiones se le enredaron en el broche construyendo una zapatiesta inverosímil pero al mismo tiempo deliciosa. Aquel engorro impidió toda reacción ante la inminente llegada de un sudoroso panzudo, al que encapsuló después como su profesor de sociales en tercero, y que la llenó de babas sin que pudiera contenerle. Dicen que el orden de los factores no altera el producto, pero si el producto está repleto de saliva habrá que deducir que hizo falta una computadora para apelmazar en tan breve lapso casi una década emocional. Cuánto duró el calvario, ¿un par de horas? Salvo que los sentimientos infantiles de nuestra princesa fuesen comparables a los de una almeja macha, que todo es posible, su alegre sonrojamiento en las mejillas, la pérdida de tejido adiposo y el recauchutamiento epidérmico generalizado, tras volver al colegio ofrecieron a la concurrencia un resultado sorprendente. Ni una mano de estuco, ni otra de barniz, habrían logrado tal calidad en relación a su coste.
    La princesa, por el mero hecho de reconocer cierta semejanza entre pasado y presente, una vez concluido el acto mostró su gratitud a los organizadores de tan caótico encuentro, no en vano habían superado cum laude la prueba de convertir su colegio en un parque temático. A las fotos en plan orfeón de los antiguos alumnos y al póster de sus maestros, cabe añadir las muescas en los viejos pupitres, los mismos desconchones en el cemento del patio y la pérdida progresiva de baldosines en los retretes, lo que dice bastante de cómo están las escuelas. O se sobraron cinco pueblos con la restauración o la propia decrepitud de las instalaciones mantuvo embalsamados durante años a los usuarios en aquel hábitat. Que ese mismo día volviera a las aulas el mítico cero pelotero —el mismo cero pelotero que blandía Aznar desde su escaño en la oposición, antes de ser lo que es ahora, una mala réplica de los concursantes de Factor X—, fue una jugada maestra, la última y definitiva cucharada del elixir para la eterna juventud que recibió la princesa. Si esta fórmula de calificar el nulo entendimiento del alumnado regresa a las instituciones educativas, es que no falta ni un detalle en el cuadro. Es lógico que a doña Leti su viejo colegio se le antojase exactamente el mismo de su infancia, pero que este shock multiplicase además el efecto benéfico de la cirujía estética hasta prodigar el milagro de rejuvenecerla por completo es muy cuestionable. ¿Cabe esta posibilidad o se trata de una conjetura?
    Su regreso a la niñez no pasa inadvertida a los analistas, que ponen ahora en tela de juicio a los organizadores del zipizape. Sospechan que pretendían cortocircuitar a la princesa para forzar el rendimiento de su imagen, ofreciendo así a los ciudadanos una futura reina mucho más próxima y sensible al módico precio de la anterior. En materia de realezas desconozco si hay que aplicar el euribor, el IPC o acaso el Gobierno, sin encomendarse a nadie, sube el presupuesto de la Casa Real y se desentiende de cualquier protesta. Entiendo que habrá algún epígrafe en el libro de cuentas para reflejar las facturas de la clínica y de las emotivas visitas escolares. Es cuestión de contrastar, en su justa medida, si prodigar tanto cariño a la monarquía le sienta de perlas o por el contrario no convendría que pasaran un curso de supervivencia. Igual no olerían tanto a naftalina si tuvieran que ganarse ellos mismos las habichuelas.

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