Miedos, vergüenzas y aprensiones
Crónicas
© Sergio Plou
domingo 30 de marzo de 2008

   El lenguaje es tan sensible como sus hablantes por esa razón muchas veces no encontramos las palabras adecuadas para expresar lo que sentimos, o confundimos los significados porque no sabemos exactamente lo que estamos padeciendo. La diferencia entre entender y comprender es muy delicada. En la interpretación teatral, a la hora de caracterizar un personaje, los actores entienden las situaciones cuando han alcanzado un conocimiento teórico de las mismas, mientras que su comprensión necesita al menos de una experiencia semejante que sea útil en escena. Algunos actores y actrices gozan de excelentes facultades para reproducir la realidad. Parece que lleven incorporada de serie una deliciosa maquinaria para desarrollar sus emociones. Sus acciones y reacciones apenas dejan traslucir los pequeños resortes interpretativos que pone en funcionamiento su memoria emotiva. Sus registros y sus recursos están tan bien engrasados que nos hacen creer que la representación es un instante irrepetible de la vida real. Decimos de estos profesionales que son intuitivos, como si bajo esta calificación negáramos su acceso al entendimiento teórico o a la compresión mediante la experiencia, cuando ocurre simplemente que todo su cuadro de vivencias aflora a ras de piel en cada gesto, en cada palabra, en cada silencio que dejan caer sobre la escena. Para trabajar en las artes escénicas conviene — aparte de ejercitar la memoria — zambullirse en la realidad cotidiana con absoluta sinceridad. Añadiremos unas buenas dosis de curiosidad por lo que nos rodea, convirtiéndonos en exploradores de nuestros sentimientos, e intentaremos conocer las herramientas de nuestro cuerpo como la palma de la mano. Nuestros peores enemigos son la vergüenza, el miedo, las aprensiones y todo aquello que impida el desarrollo y el conocimiento. Nos interesa tomar notas de las dificultades y los inconvenientes que encontramos a cada paso, reconociendo siempre nuestros errores y aprendiendo a escuchar. Nunca se tiene la mirada lo suficientemente limpia de prejuicios ni los oídos lo suficientemente abiertos para apreciar la riqueza de modulaciones y sonidos que cualquier ser humano despliega para obtener sus objetivos, desde los más simples a los más complejos. Sólo los idiotas y los locos con capaces de maniobrar sin razón aparente, y éstos, más que ninguno, merecen toda la atención. Sobre todo si el papel que nos ha tocado en suerte desarbola conductas y comportamientos propios de imbéciles o de maniáticos. Hay que tener en cuenta que todo el mundo, visto de cerca, parece todavía más raro de lo que es. Un sencillo ejercicio de repetición de sus gestos y maneras, la reproducción de sus coletillas, fobias y supersticiones, nos ayudará en la investigación de su mollera. Todos estos consejos actorales son útiles para cualquier persona, al margen de su oficio y de su personalidad, siempre y cuando — como todo en esta vida — no caigamos en la obsesión y asumamos que en la carrera del conocimiento con frecuencia se emplea toda una vida. Para no perder el tiempo es importante fijar algunas metas. Las primeras, por evidentes, nos salen al paso de manera espontánea y tienen que ver casi siempre con los miedos, las vergüenzas o las aprensiones. Es cuestión de saber diferenciarlas porque en ciertas situaciones se presentan apretadas en un solo «pack». Incluso se disparan por un olor. Hay gente que tarda años en descubrir que un olor determinado actúa como resorte del pánico. La mayor parte de la población, para evitar la soledad y ahuyentar la aparición de los miedos más atávicos, enciende la televisión o la radio para adquirir confianza o una impresión ficticia de estar acompañados. El fenómeno es similar frente a la oscuridad: basta con apretar el interruptor de la luz eléctrica para que se borren las sombras. Pero si tenemos que hablar en público, y no estamos habituados, ¿cuál es nuestro conflicto? ¿El miedo o la vergüenza? ¿Ambos? La única manera de descubrir las causas y poder solventarlas un día es sucumbiendo a ellas. Provocándolas. Evidentemente si se nos hace un nudo en la garganta y la parálisis impide cualquier movimiento, sería de lerdos buscar un auditorio tumultuoso. Sin embargo, y en aras de afianzar nuestro sentido de la superación, nos conviene ponernos a prueba animándonos a tomar la palabra en nuestro círculo de amistades. Se trata de enfrentarse al momento para comprender lo que nos pasa. Porque escapar a los conflictos nunca es la solución. Al contrario, suele engordar el problema.

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