Metiendo presión
miércoles 16 de julio de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    En el panorama no se mueve una hoja. Como se nos está pasando el asado la gente se inquieta, y más en las localidades pequeñas, donde se conoce todo quisque. A mediados de julio comenzamos a comprender que el negocio no era tan bollante como nos lo vendían. Ni el de la Expo, donde los taxistas están que echan las muelas (cosa normal en el gremio, por otra parte), ni en los Monegros con Gran Scala, donde la mafia del juego tiene que denigrarse hasta el punto de enviar al desierto a su corredor de lujo, Mark Campbell. El inglés tratará de convencer a las duras molleras que se cubren del sol bajo las boinas que sobre la mesa tienen la última oferta, o la toman o la dejan. Nada es lo que parece en plena sofoquina aragonesa, de modo que hasta los de Greenpeace han tenido que salir al quite con el derroche de tableros y maderas que nos colocó don Roque en Expolandia, afirmando que de sostenibles no tienen ni los clavos. Así es la vida. Talamos media Amazonia para montar después un parque temático sobre lo mala chusma que somos vaciando de árboles el Brasil, ¿no es lacerante? ¿No es francamente anormal levantar una exposición sobre el uso del agua mientras se draga el río que la surca para meter allí cuatro barquitos de habas? Pues sí, pero verdaderamente nos importa una higa. Nos ocurre como al alcalde de Broto, que le montan una denuncia por no regular el papeleo de un inmigrante, al que tiene contratado en un restaurán de su propiedad y el hombre, que es una maravillosa persona, recoge sus cosas del ayuntamiento y dimite de su cargo. Sin más. Qué chachi, ¿no? ¿Y por qué ha esperado a que le denuncien? ¿Y por qué no puso al corriente a su camarero a las primeras de cambio? Seguro que tiene una excusa creíble, pero la realidad y la ficción se abrazan en radiantes hipocresías peninsulares, contradictorias sensiblerías cósmicas y fabulosas aberraciones que se resisten a confundir la caridad y la puta pena con el dinero contante y sonante. Nos provoca un terrible dolor de corazón ver llegar a las pateras todos los días, pero hay que poner un freno porque les das un mendrugo de pan y luego se nos mean en la oreja. El tripartito catalán, tan progre y tan bien educado, comienza a segregar en orfanatos baratos a los infantes de la negritud y el gobierno central, en lugar de llevarse las manos al cráneo, afirma que es una actitud valiente. Valiente mierda de ideología que nos venden. Ya me perdonarán pero es que no lo comprendo. Si esta mentalidad corresponde a la izquierda, no me extraña que el PP se decida a copiarla tan rícamente. Me parece lógico que el abuelo listo de Fraga Iribarne mande callar a Aznar para que hable Rajoy, porque en esencia de lo que aquí se trata es de pillar cacho y lo demás son gaitas. No existe coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, no interesa tenerla porque no cuela tan bien como ser un falso. Los bancos entienden esta mentalidad a la perfección y ahora que las inmobiliarias no venden un colín les niegan los créditos. Una casa ya no es un aval asumible, porque no se venden ni a tiros, así que los sueldos vuelven a ser la garantía de una propiedad. Sin liquidez no corre el agua por el grifo. Y sin grifo llega el crack. Los grifos de hoy son las tarjetas de crédito y tarde o temprano serán una alucinación colectiva. Como la Expo o como Gran Scala, o como cualquier partido en el poder. Mientras las grandes empresas constructoras de este país, al estilo de Martinsa-Fadesa, que es el primer ejemplo, se declaran en suspensión de pagos y engordan la lista de insolventes, el gobierno central sigue perdiendo credibilidad frente a la crisis económica. Más del 60% de la ciudadanía piensa que Zapatero no es capaz de salvar los muebles y sin embargo Miguel Sebastián, el desencorbatado ministro de Industria, Comercio y Turismo, piensa que estamos en el momento idóneo de adquirir suelo público para construir viviendas sociales. Este hombre que se quita la corbata, no porque sea una prenda inútil sino para denunciar el abuso del aire acondicionado en Las Cortes, a mí personalmente no me inspira mucha confianza. Un diputado, y menos un ministro, no necesita ampararse en excusas tontas para vestir como le venga en gana. Pero la idea de huir hacia delante me parece una locura. Sobran casas construidas, así que edificar más es un absurdo. Se trata de penalizar a los dueños que no las alquilen a precios asumibles, no de seguir enladrillando el país. ¿Tan difícil es montárselo como en Holanda?¿O es que no tenemos aún demasiada presión?

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