Medidas ejemplarizantes
viernes 22 de mayo de 2009
© Sergio Plou
Artículos 2009

    La única lista que manejo es la de la compra, de la que suelo ir tachando los productos que adquiero, de este modo consigo no hacerme un lío al llegar a la caja con lo que llevo en el carro y lo que me falta por comprar. Aunque tengo claro lo que me gusta y lo que me provoca náuseas, es más difícil que preste atención a lo que en realidad me conviene, esta causa produce caprichos y su efecto más inmediato es el crecimiento de la lorza, antes llamada michelín, que en el amplio espectro del género masculino suele adquirir las trazas de una panza cervecera. Hace siglos que no pruebo este líquido, cuya ingesta me produce gases y un soberbio dolor de mollera, pero me desagradan las comparaciones que pudieran derivar de mi sedentarismo y mi natural aversión hacia los deportes, excepto el ping pong, que practico del ciento al viento, cuando recuerdo que tengo paletas. Si la protuberancia no alcanza la dimensión de un flotador —ni siquiera roza la tara de un balón medicinal, tampoco exageremos— la verdad es que cualquier noche de insomnio me descubro dando a luz un alien, circunstancia que me encaminaría de inmediato hacia la consulta del acupuntor para sumergirme en la procelosa dieta del arroz hervido y del tomate de Fuentes.
    Qué tiempos aquellos —los del botellón de los años 70 y los 80, aunque nadie tenía ni idea de que estábamos creando moda— en los que podías zamparte cualquier litrona sin ningún miedo a tener que salir pitando rumbo a Urgencias porque te iba a dar una taquicardia, que el coma etílico todavía estaba por descubrirse. A menudo se nos nubla el entendimiento y creemos pertenecer a una juventud sin mácula, ajena al gamberrismo, a la bronca estúpida o al sordo ímpetu de los decibelios. No es que fuéramos prendiendo fuego a los cubos de la basura, es que entonces no existían los contenedores para el reciclado, pero un servidor atronaba a la familia y a los vecinos subiendo el volumen del tocadiscos a su máxima potencia sin ningún escrúpulo. Ahora, cuando me vuelve el boomerang, pongo el grito en la pared esperando que amaine la jarana al otro lado del tabique. ¿Para qué se habrá inventado el ipod? ¿No tienen auriculares?
    Llega una edad en la que tendrías que estar curado de espanto, pero el cuerpo te pide relax y terminas copiando el esquema de tus padres. O el de tus abuelos, que se sabe dónde empiezas pero nunca dónde acabas. ¿Es ley de vida o será que llega el alzhéimer?
    Lo que agradezco, sin duda, es mi negación absoluta para ocupar la más nimia parcela de autoridad. Si fuera otro mi carácter y hubiese nacido en Italia, lo mismo sería el vecino más agrio del somatén. Tampoco me veo como alcalde, y menos de la inmortal ciudad de Zaragoza. El buen hombre anda pensando ahora en llenar las calles de cámaras de video, sacudir multas de quinientos euros a la muchachada que le pega al frasco y desterrar a los beodos a la orilla del Ebro. Imaginaba, en mi ingenuidad, que lo que nuestros próceres denominaban «medidas ejemplarizantes» darían otro fruto que la simple hipocresía. Creía que los concejales se iban a bajar el sueldo, animando a empresarios y banqueros a hacer otro tanto, pero no doy una en el clavo.

Articulos
Primeras Publicaciones 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 — 2001 2007 2008 2009 2010 2011        
Cronicas Críticas Literarias Relatos Las Malas Influencias Sobre la Marcha La Bohemia La Flecha del Tiempo