Mantras
lunes 17 de agosto de 2009
© Sergio Plou
Artículos 2009

    El fantástico caso del autobús que partió de Zaragoza el pasado sábado con destino a la capital del reino y que se vio sometido a varias parálisis durante su trayecto —al parecer, porque una viajera se sintió fatal, y se la creyó infectada por la mítica gripe A— dice bastante de que no vivimos en un estado policial, sino en un estado absurdo. Mientras la Organización Mundial de Salud sigue dando la brasa para que no bajemos la guardia, cosa estúpida en mitad de una pandemia, la peña se observa mutuamente por si de repente cualquiera comienza a estornudar.
    Los microbios y los gérmenes, los enemigos invisibles del verdadero terrorismo bacteriano —que no es otra cosa que la mierda que estamos comiendo, bebiendo y oliendo a diario— unidos a la hiper desinformación mediante un constante aluvión de noticias que nos dejan la cabeza hecha un bombo, provoca que la gente —médicos y policías incluidos—se dejen atrapar por la paranoia. La ansiedad, inducida por la responsabilidad y el aburrimiento, construye a menudo maravillosos instantes surrealistas, así que será frecuente encontrarse de pronto yendo a Madrid en transporte público y ser asaltados en pleno viaje por individuos que dicen estar ejerciendo la medicina, sujetos que suben y bajan de autobuses de línea ordenando a los viajeros con esa temible impunidad que garantiza nuestra ignorancia, que sigamos a pies juntillas sus instrucciones, cuando ni ellos mismos tienen conciencia de lo que están haciendo en realidad. Si estos sanitarios —seguramente con buena fe pero con escasas luces— se unen a vehículos policiales que escoltan autobuses por la autopista después de asegurar a los viajeros que no hay nada que temer, es cuando de veras sí que hay algo que induce al pánico: se trata de la ineptitud, cargada como siempre de buenas intenciones.
    Hace un rato acabo de oír por la radio a la ministra de Sanidad afirmando que está todo bajo perfecto control.  Si es así, ¿cómo es posible que haya ocurrido el suceso del sábado? ¿Es que no existe un protocolo? El único que hay, por lo visto, es anterior a la pandemia, cuando se aislaba a los primeros infectados para que no contagiaran al resto. Ahora que los microbios vuelan con absoluta libertad es del género idiota paralizar autobuses en pleno viaje porque se sospeche que alguien tenga la gripe A. Si no la pilla hoy la cogerá mañana, es cuestión de tiempo y de suerte. ¿Acaso no lo sabe la policía ni los médicos? Si lo supieran no ocurrirían semejantes despropósitos... Cuando la ignorancia es la mejor aliada de la ineptitud, crecen como champiñones las leyendas urbanas, los fenómenos extraños y los incomprensibles errores.
    Treinta y tres contagios por cada cien mil habitantes es una cifra baja, aunque haya once cadáveres sobre la mesa y la Agencia Europea del Medicamento aún no se haya atrevido a aprobar una vacuna que está en pleno ensayo. En la más catastrófica de las posibilidades, se baraja que un 50% de la población —en el mayor pico de incidencia— pudiera quedar infectada, por lo que sería suficiente con inmunizar al 40%. El problema es caer en la histeria y saturar los centros sanitarios, sin embargo se camina en ese sentido por una sencilla razón: es muy rentable.
    Las farmacéuticas necesitan generar una alarma social de proporciones mayúsculas para forrarse con desparpajo, por eso nos echamos a la cama hablando de la gripe A y nos levantamos oyendo la misma cancioncilla. Algo similar ocurre con la crisis, pero justo al revés: cada día que pasa es menos mala que ayer. Es como si alguien estuviese empeñado en que a fuerza de repetir las mismas frases se grabaran al fuego en los cerebros. A esta manera de comerle el coco a la peña se la conoce como elaborar un mantra. Etimológicamente, sin embargo, esta palabra viene del sánscrito, uno de los más antiguos idiomas de la humanidad, y significa justo lo contrario: liberar la mente de los pensamientos que la confunden.

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