Los cachetes, las fronteras y el maletín
viernes 21 de diciembre de 2007
© Sergio Plou
Artículos 2007

    Dicen que las leyes están para cumplirlas, pero cuando se dicta una ley también se fija el listón de hasta dónde llega la trampa, de modo que la legalidad es una frontera que hay que observar al microscopio. O cuando menos con lupa. Bajo una lente de aumento te das cuenta de que las tapias, las cercas y las alambradas no conforman trazos cerrados y continuos sino que ofrecen difusas delimitaciones con porosas quebraduras en sus flancos. Son las puertas de atrás, las gateras y los recovecos que emplean bultos y personas para sortear engorros y entuertos. Depende de dónde vengas y depende de quién seas, los cantos de una prohibición de pronto se tornan romos, los bordes resultan menos deagradables y las líneas de separación se relajan suavemente. La estética del no sabe usted con quién está hablando ha sido sustituida por un número pin, una banda magnética o una llamada telefónica. Suena igual de feo pero pasa más desapercibido. Los austriacos y los eslovacos, para demostrar que las fronteras están pasadas de moda, celebran la ampliación del espacio Schengen de una manera entrañable y simbólica: llegando a lo naïf de serrar delante de las cámaras de la tele las barras de las aduanas. El reverso de la moneda es que nadie quita las casetas, por si hay que volver a emplearlas. Siempre hay excepciones a la regla y coladeros para las normativas, lo mismo valen para recortar los derechos de los ciudadanos que para ensalzarlos de forma simplona. Por ejemplo, se puede prohibir que a los niños les den un cachete y no se puede evitar sin embargo que majen a palos a un ventrílocuo en su propia mansión. Sin garantías cualquier argumento se viene abajo. Es lógico terminar el sofisma creyendo que la simple existencia de las leyes no evita que se cometan las injusticias, pero menos da una piedra. Además, en el haber de los propósitos la lucha contra el maltrato a la infancia queda soberbia. También es políticamente correcto hablar bien de los inmigrantes, aunque ya no es tan agradable que vengan con exigencias. Valga el ejemplo de los pacienzudos trabajadores marroquíes que estos días vuelven a su país cruzando el estrecho. Se desesperaban por el mal tiempo, que había dejado en el puerto a la flota entera (y en la puta calle a los viajeros africanos), pero también porque faltaban ferrys para transportarlos al otro lado cuando se calmase la galerna. Los inmigrantes aprenden deprisa. No se ven como paganos del cambio climático, sino como consumidores y contribuyentes de Europa. Si protestan es porque pagan el billete. En Argentina ahora mismo hablan de billetes y se van de la lengua, en este caso contra los yanquis, por el Caso del Maletín. Debieron encontrarse por equivocación, en la época del marido de la Kirchner, un maletín con ochocientos mil dólares en la aduana. Estamos hablando de más de medio millón de euracos, que en Argentina es mucha plata, pero también del clásico delito de evasión de divisas. Por mucho que se haga la vista gorda la metedura de gamba se cerró de espantada, porque nada se supo del sujeto del maletín y mucho menos de los lucas. Los lucas, según se rumorea, acabaron sufragando a la Kirchner en las últimas elecciones. Lo afirma un tribunal de Miami en Florida, que está trasteando con ciertos mondongos polííticos e industriales y ha convertido al susodicho portador del maletín -ni más ni menos- que en testigo protegido del FBI. Supongo que terminarán costeándole una buena cirugía estética y ofreciéndole una identidad falsa. Se trata de un intermediario de doble nacionalidad, estadounidense y venezolana, que ejerce de correo privado entre Hugo Chávez y el matrimonio peronista de los Kirchner, noticia que a los argentinos en general les ha puesto del hígado. Les hubiera gustado oír que la corrupción y el derroche había terminado con Menem, así que prefieren no creérselo del todo. Confían en que sea un error. Ocurren tantas cosas en el mundo que la justicia no da abasto y la policía tampoco. No es una cuestión de nacionalidad, cualquiera puede alegar que todos somos humanos y por lo tanto unos hipócritas.

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