Las uvas
Crónicas
© Sergio Plou
sábado 5 de enero de 2008

  Mi compañera sentimental y un servidor acudimos a casa de Sarmiento para celebrar el año nuevo y tomar las doce uvas en compañía de Expuesta, Olvido y la madre de Olvido. Habíamos quedado después en asistir a un karaoke en el viejo caserón de la fábrica de Lacasitos, al otro lado del Ebro. La cena, en un principio, iba a desarrollarse en casa de La Búlgara pero se cayó del cartel a última hora porque le había surgido un compromiso ineludible. A Expuesta le sentó como un tiro en el estómago que La Búlgara se echara atrás en el último minuto y le montó un pollo demoníaco por teléfono a raíz del valor de los acuerdos, las promesas y las obligaciones contraídas. Así se lo expresó La Búlgara a mi compañera sentimental cuando se puso en contacto con ella, más que nada para saber la hora y enterarse de las viandas que tendríamos que aportar. Viendo que faltaba escasamente una semana y que la Búlgara (que no es de Sofía ni goza de pasaporte en el Mar Negro, sino que pasó un tiempo currando allí y de esas le vino el mote), acudiría en noche vieja a otro domicilio, en concreto al de una amiga a la que se le había muerto alguien - no alcanzo a recordar quién - definitivamente apalabró con Sarmiento la cuchipanda y quedó con Expuesta y Olvido en la nueva ubicación. Sin embargo, acordó con la Búlgara el posterior encuentro en la fábrica de Lacasitos con motivo del karaoke y el acuerdo trajo un embrollo posterior con Expuesta, de cuyos barros hablaré en otra ocasión. En fin, este tipo de cenas y posteriores entretenimientos suelen entrañar laberínticos episodios, conferencias a varias bandas y múltiples equívocos, por lo que se debe actuar con tacto y no dejar ningún fleco suelto, sobre todo a la hora de apalabrar las faenas propias de la manduca, el lugar de celebración y la juerga que sobreviene a la comilona. En el ambiente hay que hilar fino si no se quiere acabar tirándose del moño o yéndose de la lengua. De modo que a eso de las seis de la tarde nos fuimos al súper con Sarmiento, ya que Expuesta y Olvido tenían turno de tarde e irían apuradas para realizar la compra. Siendo prudentes y mirando mucho el céntimo, llenamos el carro hasta las cachas y una vez en el piso conocimos a Miedicas, el chucho más canijo y maltratado que he conocido en mi vida. Sarmiento se lo trajo del pueblo, donde había recibido más palos que una estera, y el perrito se pasó la noche escondiéndose bajo la mesa, bajo la cama y bajo las sillas. Cuando no encontraba un bajo en el que refugiarse, el pobre animal intentaba desaparecer de nuestra vista sometiéndose a una vibración disimulada, bailando sobre las uñas en el parqué o mirando de reojo lo primero que le venía a las mientes para distraer nuestra atención y volverse invisible. A mí me gusta observar a los animales porque son un radar emocional. Aunque reconozco que Miedicas detectaba mucho más de lo que realmente pudiera ocurrir en casa de Sarmiento, lo cierto es que de las seis personas que nos sentamos finalmente a la mesa sólo cinco acabamos juntas el año porque a la altura de las pechugas se montó la de dios es cristo. Todavía no sé dónde se escondió Miedicas cuando mi compi amenazó a Expuesta con darle un par de hostias bien dadas. Supongo que se lo tragaría la tierra, porque al mil leches ni siquiera se le oyó ladrar.

Crónicas
2007 y 2008 2009 a 2011
Artículos Críticas Literarias Relatos Las Malas Influencias Sobre la Marcha La Bohemia La Flecha del Tiempo