El Cuaderno de Sergio Plou

      

lunes 6 de diciembre de 2010

La probatina




  Hace años que no leía artículos y editoriales tan capciosos y devastadores en los periódicos, que no escuchaba en las radios ni presenciaba en las televisiones tal cúmulo de demagogias que, a fuerza de ser repetidas, iban adquiriendo la tonalidad de lo verídico. Causa sonrojo democrático ver cómo se convierten los medios de comunicación en portavoces del gobierno, justo ahora, cuando una semana antes publicaban los cables de WikiLeaks, donde los gobiernos de Aznar y Zapatero se cubrían de gloria al ser descubiertos como meras sucursales de Washington. La guerra económica ha saltado de pronto al terreno de la información. Hoy golpea a la casta de los diplomáticos y mañana sacude a los controladores aéreos. No sólo conocemos ya a los embajadores que tragan con lo que les echen, también sabemos los sueldos que cobran los técnicos en las torres de los aeropuertos. La diferencia es que unos son buenos chicos, hacen lo que les dicen, y los otros se suben por la paredes, cuelgan los bártulos y allá te las compongas. Suele compararse a un controlador aéreo con un médico, pero no con un diplomático. Ni siquiera con un funcionario europeo, a los que les subirán el sueldo un 3,7 % el año que viene. Tampoco son comisarios de la Unión Europea, por ejemplo, cuyos salarios son de aúpa. Los controladores aéreos son peores que la lepra, muy mala gente, de los que se ponen enfermos de pronto y dejan en la estacada a cientos de miles de usuarios del avión. Son el colectivo perfecto para probar por primera vez una herramienta maravillosa: el estado de alarma.

  Basta con poner el micro en la cara de una candorosa familia que está al borde de comerse vivo a cualquiera en Barajas para que se genere la indignación de toda la clase media española. No hay derecho a que unos privilegiados secuestren la libertad de movimiento de medio millón de honorables ciudadanos. Es la excusa perfecta para militarizar el servicio. La medida no sólo ha sido bien acogida por la población, sino que piden ya que se les aplique la ley antiterrorista. ¿Cuál es la razón? Pues que ganan una pasta gansa, oiga, así de claro. Que es una vergüenza que quieran ganar todavía más y que, para conseguirlo, tomen de rehenes a todos los viajeros en pleno puente vacacional. Desconozco porqué no se les aplica el delito de sedición y no los fusilan al amanecer; la gente, por lo que escucho en las radios y leo en los periódicos, lo está pidiendo a gritos.

  Pero, ¿por qué no se hace tres cuartos de lo mismo con los grandes banqueros o los mandamases de las corporaciones multinacionales? ¿Por qué no se decreta el estado de alarma en las entidades financieras y no se nacionalizan los bancos? También se queja la plebe de que unos ladrones se han puesto las botas a costa de todo el mundo y que los gobiernos, encima, han tenido que pagar sus deudas. ¿Por qué unos sí y otros no? Porque unos están dentro del sistema —son el sistema— y otros simplemente no saben donde están y hay que recordárselo a la fuerza. Además resulta maravilloso que sea así porque puede ponerse en práctica una herramienta tan fabulosa como inquietante: decretar el estado de alarma y sentar así un precedente. A partir de hoy, se acabó el follón en los trenes o en los autobuses: pueden ser militarizados en cualquier momento. Basta salir a la calle con unos micrófonos, dejar que los usuarios se explayen a gusto y firmar el decreto correspondiente. Las huelgas, los sabotajes y los enfermos repentinos se han terminado. Sólo tienen derecho a un buen sueldo, y a disfrutarlo con dignidad, aquellos que son amparados por el sistema. El resto somos escoria. Quienes se hayan creído que el sistema capitalista permite que se forre cualquier avispado va listo, sólo engordan la billetera los mejores esbirros, los que hayan probado su lealtad. No crean que ahora se va a militarizar el instituto de empleo, no sean ingenuos. En el mejor de los casos los parados limpiarán las calles por 300 al mes, si no lo hacen gratis, así que apúntense al ejército o a la policía, son trabajos con porvenir.