La intimidad global
jueves 13 de agosto de 2009
© Sergio Plou
Artículos 2009

    Berlusconi —el impresentable caballerete de Italia— pide un respeto a su intimidad. Lo hace desde las portadas de sus propios periódicos y en los telediarios de sus televisiones, de hecho las compró para soltar allí lo que le viniera en gana sin recibir a cambio la menor crítica. El fulano se escuda ahora en su familia, que está deshecha, pero como es de flaca memoria no recuerda que ha estado tomándole el pelo a su mujer todo lo que ha querido y un poco más. La sociedad italiana en su conjunto es demasiado permisiva, tanto que sus buenas gentes enseguida han comprendido que, sin el ambiente idóneo, es normal que cualquier putero caiga en el pozo de la desdicha y la paranoia. No se moja el churro con la misma alegría si en la colina más próxima surge un paparazzi con un teleobjetivo del copón y retrata al jefe en pelota picada junto a un rebaño de velinas haciéndole la ola.
    Berlusconi se amarga porque carece de intimidad pero realmente es un sujeto afortunado. Se calcula que alrededor de un treinta por ciento de los seres humanos no percibe el gusto amargo de los alimentos, igual que les pasaba a los neandertales, así que Berlusconi tal vez sea un cromañón y a fuerza de operaciones de estética lo disimule como pueda. La mitad de los contribuyentes de la península ibérica apenas declaran dieciocho mil euros de ingresos anuales, que es el sueldo mensual de Berlusconi como jefe de gobierno. A este dinero de bolsillo hay que añadir lo que gana el pobre hombre con sus negocios. Suya es la frase que dice: «la vida es un regalo que cada uno de nosotros debe usar virtuosa e intensamente».
    Un pamplonica de dieciocho tacos no ha necesitado irse a Italia para recibir clases particulares de ningún paparazzi. También quiere vivir una vida regalada. Con una cámara digital de cuatro perras se dedicó a espiar la intimidad de su hermana pequeña, una chavala de doce años, a la que retrató desnuda en múltiples ocasiones. Luego vendió las instantáneas a un pedófilo santanderino a cambio de un automóvil, concretamente un cupé de la marca Hyunday. Este trasto sale a la venta por unos veinte mil euros, aunque en las subastas de eBay se pueda encontrar a un precio más razonable.
    Los jefes de la General Motors lo saben de buena tinta, por eso chapan las concesionarias, se ahorran a los intermediarios y venden directamente por internet. En internet todo es mucho más íntimo. Incluso la quiebra se lleva mejor. Nadie sabe lo que ganó el pedófilo vendiendo la intimidad de una menor por correo electrónico, pero pudo comprarse otro coche unos días después, justo cuando la policía le echó el guante.
    Muy discretamente también, se calcula que las grandes firmas bancarias españolas han echado a la calle desde principios de año a más de dos mil personas y que han cerrado setecientas sucursales. Gracias a tan eficaz maniobra obtuvieron unos beneficios de diez mil millones de euros. Sin embargo todavía se siguen comprando mogollón de casas y se firman las respectivas hipotecas bancarias. De cada cien mil habitantes, noventa y cinco personas al mes adquieren un inmueble. ¿Cómo sobreviven? ¿De dónde sacan la pasta? Es un misterio de la naturaleza humana.
    El anestesista Luis Montes —al que los caciques de doña Espe, la jefa de la comunidad madrileña, le montaron un pavoroso boicot en Leganés— ha declarado que el derecho a morir dignamente es un clamor tan popular que, en Valencia —cuando permitan la eutanasia— igual se imparte en inglés, como la asignatura de ciudadanía en los institutos. Para largarse de este mundo hace falta un mínimo de intimidad y un máximo de sentido común, conceptos que a menudo se dan de coces. Pero también hay que tener cierto olfato para los negocios.
    El Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, dirigido por la doctora María Blasco, continúa trabajando silenciosamente y desde la intimidad de sus laboratorios con los telómeros. La doctora Blasco cree que la vejez no es una condena, sino una enfermedad a la que hay que encontrar un remedio. Resulta chocante que al mismo tiempo que se pide el derecho a una muerte digna, los científicos busquen el elixir de la eterna juventud. Aunque la vida es una carrera contra el reloj, casi siempre sembrada de cadáveres, a la portavoz de los providas, una tal Gádor Joya —que es un diamante en bruto— no le preocupan los vivos sino los que no han nacido aún. Un hobby de lo más extraño cuando la gente se muere a paladas.
    A cualquiera con dos dedos de frente le parecería una contradicción ocuparse de un problema tan íntimo, pero la doctora Joya está convencida de que una vez que se mete la pata no queda más remedio que joderse. Lo mismo da que te violen, que seas una niña o que no puedas pagarte un hijo. No se le pasa por la cabeza la conflictiva dispensa de las monjas preñadas, pero se permite el lujo de señalar que los médicos no practican abortos ni nunca los harán porque las mujeres no son carne de cañón. ¿Serán carne de misil? Tal vez esta señora tendría que preguntarle a Berlusconi, que es de su misma cuerda. Igual piensa que ingresar en el ejército sería el último recurso para las madres.
    Los reporteros de guerra siguen jugándose la vida en Afganistán, donde a uno de ellos le acaban de amputar un pie de un bombazo y el suceso se produjo en la esctricta intimidad de una patrulla militar norteamericana. La batalla por el control del opio y la heroína es tan discreta que nadie sabe con exactitud lo que ocurre. Por eso los periodistas viajan de un sitio a otro literalmente «empotrados» en las tropas. Oliendo a sobaco y tanque, a partir un piñón con la soldadesca. De esta manera resulta imposible ser objetivo, pero te puedes quedar cojo y que te retrate Gervasio. Menos da una piedra y siempre es mejor que alistarse.
    Colgado de una simple piedra y a escasos kilómetros de allí, en la arista noroeste del Latok II, en Pakistán y a más de seis mil metros de altura, se encuentra absolutamente atrapado el alpinista de Tramacastilla de Tena, Óscar Pérez, al que Zapatero ha prometido echarle un cable desde un helicóptero si las condiciones meteorológicas lo permiten. La intimidad se vuelve locura cuando no hay más escapatoria que sobrevivir un día más esperando a que te rescaten.
    Mientras tanto, y a una altura mucho mayor, la NASA está buscando una contrata de taxistas espaciales para competir con los rusos y llevar a la Estación Internacional a unos cuantos millonarios. No hay aglomeraciones ni atascos, se está muy confortable en el espacio y desde una órbita sesgada apenas se aprecia el cambio climático. Ser un anacoreta de lujo está de moda entre los ricos, es el colmo de la intimidad global, pero como el negocio interestelar todavía está empezando difícilmente se puede allí establecer un burdel de altos vuelos. Así que Berlusconi tardará en llegar.

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