El Cuaderno de Sergio Plou

      

viernes 1 de abril de 2011

La dirección correcta




  El Fondo Monetario Internacional ha confirmado que España camina en la dirección correcta, así que nos llevan al revés que Islandia: rumbo al precipicio. Los burócratas de alcurnia, los que cobran un buen fajo de billetes al mes por soltar mentiras, rara vez las pregonan al buen tuntún. Nos han metido en vereda y lo saben, de modo que nos jalean a seguir por la misma senda. Igual que los presos de las películas norteamericanas arrastran sus cadenas por el asfalto, los países europeos que están fuera de onda buscan la zanahoria mientras reciben algún que otro varazo en los ijares. Ir en la dirección correcta supone hacer lo que te mandan y por lo tanto resultas tan obvio que cualquier listo es capaz de ponerte la zancadilla. En el casino planetario hay que jugar con las cartas marcadas y los que de verdad funcionan —así se jactan los ejecutivos de las grandes corporaciones— están al acecho y a la que salta, ya sea patrocinando la desgracia ajena, fabricando en China o viviendo del cuento. A esta gente les pone, en definitiva, convertir la sociedad en una selva. No van en la dirección correcta sino justo a contradirección, por eso se forran. Y ningún millonario de los que presumen de estar fomentando la caridad, se limita a crear fundaciones para blanquear capitales y ahorrarse un pico en impuestos, siempre cuadran el círculo multiplicando sus ganancias.

  Un ejemplo amable de cómo hay que utilizar el cambio de marchas —me refiero al manual, olviden el automático— dentro de la economía moderna (que es la más sumergida de todas), supone el uso eficiente de la privatización en beneficio propio. Acercarse a una industria que, en apariencia, se nos antoja poco rentable, como es la del reciclaje de la chatarra, puede depararnos pingües beneficios y muchas sorpresas. Basta con tener buenos contactos y agenciarse material de primera. Antes de que se subcontrataran los servicios, y de que los estados regalasen los negocios públicos a los amiguetes más cercanos, los chanchullos parecían más improbables que los de ahora. Los bancos centrales, sin ir más lejos, a la hora de cambiar sus monedas viejas destruían las chungas para fundir el metal y acuñar otras nuevas. El proceso se miraba con lupa y aunque se perdiera por el camino algún dinerillo rara vez te encontrabas con un timo de gran calado. Ahora es al revés. Lo normal, cuando se privatiza un sector, es el descontrol y la decadencia absolutas. Nadie se preocupa por seguir la pista del pufo y cuando salta la liebre es por despecho de un rufián, que no está contento con su tajada, o el fruto simple de la casualidad.

  El Bundesbank, en el colmo del libre mercado y ahorrándose la privatización, se desentiende incluso de alimentar a las subcontratas. A golpe de martillo inutiliza las monedas de uno y de dos euros que están demasiado sobadas o presentan desperfectos y después las vende al peso y al mejor postor. O éso afirma. Quien las compra por toneladas, como no se cae del guindo, se las lleva corriendo hasta la China para que cuatro matados las conviertan en auténticos y relucientes euros. Estas monedas regresan otra vez a Europa gracias a los empleados de la Lufthansa, que las transportan en sus equipajes para cambiarlas por billetes en el mismo Bundesbank. Mediante este proceso tan ingenioso, los alemanes no sólo evitan crear puestos de trabajo sino la fundición de metales, que tan malos olores produce, así que el medio ambiente lo agradece, el estado se ahorra un moco y el dinero corre por el planeta dejando por las esquinas fabulosas miguitas. Las miguitas, en este caso, ascienden a seis millones de euracos y desde luego no las han repartido entre los currantes de la China porque les habría salido la torta un pan. La cifra de lo que realmente cuesta esta hogaza, a juicio de la fiscalía germana, todavía es provisional y supongo que lo seguirá siendo durante mucho tiempo, de modo que identificar la trama completa ya es harina de otro costal. Sin embargo a cualquier negociante con vista de lince le bastaría este ejemplo para indicarle cuál es la dirección correcta: precisamente aquella donde la regulación del mercado sea cero y su riesgo casi nulo. Precisamente la contraria de la que dicta el Fondo Monetario Internacional, pero sin duda más rentable. Y éso que no especulan con divisas, se limitan a dejarlas como nuevas.