La dama de los ojos vendados
martes 21 de octubre de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    La justicia está fatal, y no es necesario que el Estado se haya convertido en la ONG de los bancos, lo sabíamos de antes. Mientras el juez Garzón se lanza a tumba abierta contra las cunetas del franquismo, los secretarios judiciales y la organización de los abogados progresistas se han cruzado de togas por un asunto que el común de los mortales se siente incapaz de comprender. Me refiero al expediente abierto contra una de sus compañeras, la encargada de ejecutar sentencia en el caso que se sigue contra el presunto autor de la muerte de Mari Luz, la niña de Huelva.
    Como nadie en sus cabales se colocaría en el disparadero por un causa dificil de explicar, aluden los magistrados que se ponen farrucos porque es la gota que colma el vaso. En el mismo ajo de la huelga se encuentra el intervencionismo de los políticos sobre los órganos judiciales y las deplorables condiciones en que trabajan a diario. Estas condiciones son las que impiden a la Justicia hacer las cosas bien, no son unos negligentes a los que haya que meterles un puro, así que se soliviantan con razón. Popularmente, en cambio, salta a la vista que no tienen ni repajolera idea de lo que supone de veras que alguien te esté tocando las narices en el curro. No conozco a ningún juez todavía al que una viga le haya metido tan impresionane leñazo en la nuca que haya muerto de golpe, como le ha ocurrido hoy a un trabajador veterano en el polígono de Pinseque. Esas son malas condiciones laborales y lo demás son gaitas. Muchas sentencias de lo social, sin embargo, aplicadas sobre los mismos jueces les harían dudar de que la justicia existe, circunstancia que no les impide poner el grito en el cielo aunque sean unos señoritos. Tienen más fuerza de presión y cada oficio tiene sus cuitas.
    Pérez Reverte, sin ir más lejos, gracias a una novela popularizó los narcocorridos en la península, y Roberto Saviano, al publicar la suya, tuvo que salir huyendo de Italia porque la Camorra había puesto precio a su cabeza. Ambos escritores conocieron de cerca a los asesinos más famosos con desigual fortuna, que los aplaudan o los persigan no le resta derechos ni otorga más verismo a sus obras. El panorama de los personajes en sus respectivas novelas sigue siendo el mismo y ninguno de los autores, al comenzar a escribir, las tenía todas consigo. ¿Saldrían bien parados o pondrían tierra de por medio? El sentido común aconseja que en faenas arriesgadas conviene ser un pícaro pero también hay que tener suerte, máxime cuando caminas sobre el filo de la Justicia con mayúsculas y la que a menudo escribimos con minúsculas. Hay quien asesina a la gente y se cree un justiciero. O que aplica las leyes y se siente la reencarnación de don Justo. Cineastas y literatos siguen describiendo las injusticias y demuestran de una manera u otra que hay lugares muy visibles donde las leyes no funcionan. Sean mártires o pícaros, la realidad es tan paciente que apenas se transforma.
    Siempre han dicho los jueces que con más medios y dinero, la realidad sería muy distinta. Está por ver. Entre tanto, como la lucha entre los poderes es un círculo vicioso, no queda más remedio que creer a pies juntillas las demandas laborales de esta dama tan candorosa, la que dibujan descalza en los libros de texto y además con los ojos vendados. El sistema no ofrece otra salida. Hay que echar unos cuantos millones en la Justicia para que muevan de sitio los papeles, es una vergüenza lo que está ocurriendo. Ya saben. No es normal que en la época de internet se sepulte a los jueces bajo un acantilado de folios, y menos ahora, con tantos morosos e impagados que podría empapelarse varias veces los juzgados de guardia con órdenes de embargo y encima sobraría papel.
    La Justicia es la emperatriz de la burocracia. Al tratarla peyorativamente se encabrita con los legajos y arma tal sindiós que hasta los pederastas vuelven a las calles. La sensatez es una de las virtudes más valoradas en la casta judicial. No pierden las formas ni los miramientos por cualquier tontería, así que, chapando el garito durante un rato, se supone que estarán hasta el gorro. No es sólo por dar mal. Lo sienten mucho por el ministro del ramo, el señor Fernández Bermejo, cuyo cargo piden que ponga a disposición del presidente de Gobierno. Sería una pena que lo mandaran al guano, porque es lo más cínico que ha parido el gabinete. Pero alguien tiene que pagar el pato y rebosa tan mala leche este buen hombre que al subrayar lo obvio ha levantado ampollas. A estas democráticas alturas nadie tendría que escandalizarse al escuchar que campa el corporativismo a sus anchas en la magistratura y que por eso los jueces se sienten intocables. Cuando generas monstruos, al final se te suben a la chepa. Todavía no me explico cómo no los han privatizado. Podrían inventar juzgados que se llamaran Justicia y Lex S.A. Al dictar una sentencia podrían pasarle la factura al Estado y resolver la siguiente... Hablo en broma, ¿pero funcionarían peor?

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