La China Obligada
miércoles 19 de diciembre de 2007
© Sergio Plou
Artículos 2007

    Acaban de encontrar un casino ilegal camuflado en una peluquería del Eixample. Convenientemente equipado de alfombras y cortinajes, con sus cinco mesas de juego y a pleno rendimiento. Si me hubieran dicho que en vez de un casino han desmantelado un hotel escondido bajo el kiosko, me lo habría creído también. Incluso una guardería en el garaje. Los chinos son muy excéntricos. Esta manía por lo cutre y lo clandestino sólo puede ser obra de ellos, que son mogollón y juegan con esa ventaja. Saben de sobras que no reparamos en ellos, que no nos quedamos con sus caras. Somos mal fisonomistas, así que campan a sus anchas y en algunos gremios ya son los amos. A sus jefes no se les puede denominar empresarios. Tampoco creo que sus empleados, al trabajar doce o dieciséis horas diarias, estén desempeñando exactamente un trabajo. Suelen hacer el curro de tres o cuatro y además por la cuarta parte de un salario normal. Como ya nadie sabe lo que es un salario normal, los chinos que llegan a la vejez son auténticos mandarines. Para atar en corto a los más jóvenes, organizan los lazos familiares en clanes demasiado sectarios, no es raro que confundan el trabajo con algo peor que el pago de una hipoteca. Sustitúyase el concepto hipoteca por otro que entrañe una firme ligadura, una maroma capaz de atarte durante años al potro de un restaurante o al de un todo a cien. Pues eso es la solidaridad familiar china, una interminable tutela. La mayoría de edad económica, para ellos, es relativa y muy discutible porque siempre hay alguna deuda que saldar. A las tríadas de la mafia china le interesan las viejas costumbres. Si no pagas lo hará tu novia, tu padre o tu amigo. No existen los insolventes. Y si los hubo que los encuentren. Gracias a esta fórmula mágica es posible organizar un taller de confección en un chalé de una urbanización madrileña y que nadie se escosque. Si algo tienen los chinos es que son muy discretosNi locos se les ocurre montarse una Gran Escala en los Monegros, en todo caso y si hay negocio, ya te clavarán allí un casino portátil. Tiempo al tiempo.
    Sólo es cuestión de ponerse y no hay nada imposible para la mentalidad oriental. Su forma de convivencia es tan dura que sus neuronas se ensamblan mediante sinapsis más elásticas y flexibles. Te aprenden deprisa y después funcionan como una piña. Sus tiendas están abarrotadas de productos pero igual que se levanta el chiringuito en tres días lo desmantelan en día y medio. Da igual el volumen del negocio, además ya está apañado en otro lugar. Si practican el take away lo hacen con todas sus consecuencias. Y como no dan puntada sin hilo, me extrañaría mucho que las cinco mesas del casino ilegal, las que ahora estarán precintadas en los sótanos de un juzgado de Barcelona, cuando salgan a subasta pública no acaben de nuevo en las manos de los chinos. Tal vez no sean los mismos pero estoy convencido de que no las usarán para jugar al ping pong. Confunden el ocio con ser vago y los vagos en China no se jalan un colín. Esa es la razón por la que se deslumbran con el juego. Así que a ratos libres, con la esperanza de multiplicar el dinero, se lo apuestan en el casino ilegal de Chu Lín, aumentando con su imprudencia la cuantía de sus deudas. Algunos periodistas de investigación, algunos cineastas incluso, han intentado entrar en el submundo de las mafias chinas y han salido por patas. A esta gente no le gusta la publicidad. Cuanto menos se hable de ellos con mayor impunidad se mueven. El secreto aumenta su prestigio más lumpen. Las mafias chinas, en su vertiente más criminal, tienen fama de ser especialmente crueles. Por lo que cuentan, la crueldad se expresa mediante un lenguaje simbólico y que interrelaciona a los sujetos bajo parámetros sadomasoquistas. Sus leyendas resultan tan siniestras que se extienden como la pólvora entre los incautos, que en seguida abandonan la idea de marcharse a comprar jamón para darles esquinazo.

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