Justicia desapasionada
lunes 4 de febrero de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    La Justicia es un invento humano para compensar la prepotencia de los poderosos sobre los más débiles. Si una persona entiende que se está produciendo una injusticia reclama un rectificación de las conductas. En el resto de los animales da exactamente igual que llores o te lamentes, si no andas con cuidado lo único que consigues es llamar la atención como víctima y que acaben contigo más deprisa. Gracias a la idea de Justicia, la humanidad renace de sus miserias y establece una normas legales de cacería entre nosotros. Ya sé que suena duro, pero en el fondo es así. La Convención de Ginebra no prohibe las guerras entre países, se limita a ordenar un poco las reglas del juego para que continúe existiendo el negocio. Le da un barniz de honorabilidad al asesinato entre semejantes. Constituye unos derechos para los prisioneros. Aclara las condiciones de los enfermos y la labor imparcial de los médicos. Las naciones que firmaron esta declaración de "buenas intenciones" se comprometieron en su día a respetar estas normas y si las incumplieran estarían cometiendo una injusticia. Los estados de derecho representan una ligera evolución en las costumbres de este antipático animal que se destroza mutuamente y trata además al planeta como si fuera una plaga. La inteligencia de nuestros cerebros va un paso por delante de nuestro desarrollo sentimental. Maniobramos todavía en clanes, nos cobijamos bajo estandartes y para nuestro beneficio convertimos pueblos enteros en nichos económicos. Confundimos la sensibilidad con la sensiblería y la fortaleza con la opresión, resulta extraño que nos lamentemos después de la lentitud de la Justicia. Suena hipócrita. La Justicia es impartida conforme a unas leyes, que utilizan los jueces para ajustar sus veredictos, pero se está sustituyendo por la burocracia esa antigua imagen de comprensión bondadosa que reflejaban las personas comprometidas con la legalidad, así lo entienden sobre todo las clases más humildes. El genocidio de las tribus mayas en la Guatemala de los años 70 y 80 ha llegado ahora, casi tres décadas después de producirse, a la Audiencia Nacional. Los crímenes contra la humanidad tendrían que ser perseguibles de oficio en todo el mundo, pero no treinta años más tarde y para ser juzgados en la otra punta del globo. Los testigos directos que aún sobreviven sin duda creen que menos da una piedra, pero todavía se ocultan de las cámaras para evitar las represalias. Todavía tienen miedo. Son gentes a las que les ha costado un dolor enorme llegar a Madrid en busca de "un hombre bueno que entienda lo que pasó". Y su búsqueda ha sido muy larga. Confío que no salgan defraudados ni pierdan su enorme paciencia en el empeño. Las pruebas de una masacre están más frescas cuanto más pronto se investigan y se enjuician. El asalto y posterior incendio de la embajada española en Guatemala, el asesinato de su secretario y de los cientos de personas que se refugiaron allí huyendo de las tropas gubernamentales, está filmado y fue televisado en directo. El embajador se salvó de pura casualidad y todavía vive para contarlo. Nunca es tarde, pero resulta desesperanzador que la justicia de la humanidad sea tan desapasionada.

Articulos
Primeras Publicaciones 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 — 2001 2007 2008 2009 2010 2011        
Cronicas Críticas Literarias Relatos Las Malas Influencias Sobre la Marcha La Bohemia La Flecha del Tiempo