¿Irse?
lunes 4 de julio de 2011
Sergio Plou
Artículos 2011

  Viendo a esta moza acarrear semejante ristra de fardos diríase que emigra, que se las pira, que huye de su país por la guerra o la hambruna con todo lo que es capaz de cargar. Se apoya en la maleta delantera, que empuja visiblemente azorada mediante las minúsculas ruedas inferiores a modo de tacataca. Las trolis exigen superficies lisas para patinar y las mochilas requieren además de una espalda firme unas chirucas, por eso sorprende contemplar las chancletas de esta mujer de piernas blancas, todavía sin broncear, cuyo bolso pende en bandolera y por delante, evitando de esta manera las ágiles manos de los descuideros. La muchacha levanta el mentón por un segundo, instante que capta la imagen, para echar un vistazo al horizonte. Casi apreciamos sus mejillas sonrosadas por la fatiga pero desconocemos aún si acaba de llegar a Zaragoza, se aproxima a las taquillas para sacar un billete y largarse o si durante el proceso acaba de perder a alguien. Incluso imagino que al otro lado de la foto cabe otra persona en una postura simétrica, con igual número de fardos, desesperada también por el absurdo de la situación y condenada a encontrarse con ella a mitad de párrafo. Nunca sabremos si corretea una criatura por el vestíbulo, escapando de la tutela materna, si un abuelo busca por el mármol la dentadura postiza o si la compañera de fatigas, que viene del retrete, acude a su encuentro para socorrerla o para cargarle un bulto más en los lomos. Da igual, la estampa simboliza la eterna escapada del verano peninsular. La agonía de las vacaciones. El turismo en estado puro. Nada mejor que una mujer arrastrando las maletas para simbolizar este axioma, todo un clásico en la burla de género.


Zaragoza Delicias
Fotografía de Ángel de Castro

   En pleno desastre económico, los medios bombardean a la sociedad con la necesidad de gastar su dinero en la industria del turismo. Hace mucho tiempo que las pagas extraordinarias se prorratean en el salario, que la temporalidad del trabajo crea la ilusión de que el desempleo desciende en julio y en agosto, sin embargo nos muestran los aeropuertos, andenes de tren y de autobús, llenos de gente que se fuga de la realidad, como si cupiera otro país donde aún es posible disfrutar de unos días de asueto. Nos entregan mapas llenos de soles, costas cristalinas de banderas azules y limpias montañas que aguardan al sufrido contribuyente de clase media para que disfrute de su merecido descanso estival. Que no abandone sus costumbres e invierta sus ahorros en viajar, aunque gaste un 20% menos que durante el verano anterior, se ha convertido en una razón de Estado. Sería un desastre que no lo hiciera.

   El Instituto Nacional de Estadística colabora en todo este despropósito asegurando que los fallecidos en accidente de tráfico se han reducido a la mitad en apenas cinco años, por eso el gobierno ha vuelto a subir la velocidad máxima a 120 kilómetros por hora. Queda feo que la primera causa de muerte sea simplemente el suicidio: tres mil quinientos al año (8 de cada 10, del género masculino). Hay que seguir ofreciendo una imagen de normalidad y la fotografía que hoy adjunto busca exactamente reflejar la idea de que el verano, aunque parezca imposible, sigue existiendo. La sociedad se empeña en endeudarse para huir de la vida cotidiana, para perder sus hipotecadas viviendas de vista durante al menos una semana abandonando tras ellas toda desesperanza o transformándola en simple acarreo, convirtiéndose así en su propio sherpa. La abundancia fotografía el número de bultos, superior a la masa del cuerpo que los transporta, pero su soledad camina representando el drama de una tenacidad encomiable. ¿Viene o va? Desconocemos su historia aunque reconocemos su resistencia: a trancas y barrancas ella es la que tira del carro. Y está en movimiento. Todo el país se mueve con ella, todavía no sabemos hacia dónde o para qué, sólo apreciamos que la carga es muy pesada.

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