Fugas
Crónicas
© Sergio Plou
miércoles 14 de noviembre de 2007

  Llevo unos días dándole vueltas a la fuga de agua que tengo en el baño. Según el mapa bagua, el baño se halla en la zona de los viajes. Mis viajes no van mal aunque parezca lo contrario. ¿Acaso debería hacer más viajes? ¿Tendría que plantearme los viajes de otra forma para que esa llaga abierta en la pared dejara de rezumar humedades? Salta a la vista que lo más práctico sería ponerme en manos de una profesional - una fontanera, quiero decir -, pero una vez que entras en el feng shui hasta lo más evidente, lo que no se arregla con un tapagrietas, adquiere de pronto un carácter mágico. Lo mágico para mí es lo que ignoro, prefiero observar lo desconocido desde una perspectiva lúdica a aceptar mis carencias sin más ni más. Me parece más divertido y aunque me dicte la razón que tal vez la ortopedia que linda con mi domicilio lleve unos meses más movidita, me niego a creerlo. Es verdad que se nota cierto trasiego en los retretes y que las tuberías son viejas, lo que me induce a creer que la fuga no es propia sino ajena. Pero sin duda se trata de un espejismo, lo intuyo. Algo me dice que es una fuga propia, cien por cien emocional. Lo contrario de una emoción, arquitectónicamente hablando, es el cemento. Pero es gris y lo gris me sabe rancio. El aguaplast es blanco, resulta más hospitalario a la vista pero fragua más despacio que la humedad constante de mi cuarto de baño. Viéndolo me reafirmo en que no va a fraguar. Necesitaría pues un sistema hidrófugo, impermeable, para solucionar el escape. Nada mejor que un impermeable para la llantina que sufre la tubería de la cisterna, toda ella melancólica y empotrada en la pared. La tubería de los viajes más próxima y que pudiera estar igualmente dañada, cruza por el fondo marino desde Lanzarote a la Graciosa. No sólo les llevan el agua dulce a través del océano sino también la electricidad. Desconozco si tienen fugas, pero no veía que la gente saliera del mar echando chispas. De modo que no consigo hilar los viajes con lo que ocurre en el váter. Reconozco que vágamente se va definiendo en La Graciosa una señora adusta que vende camisetas, pero nada más. Bueno, dice que vende pero su mal genio le impide incluso enseñarlas. No creo que esta señora represente un simil pero su actitud le hace un flaco favor a su negocio. Por lo visto está harta de que vengan los turistas preguntándole si vende gorros. ¿A quién no le llaman la atención esos gorros de paja en forma de cono truncado? ¡Parecen cubos puestos del revés! A todo quisque le encantan, así que preguntas en el super si tienen gorros y te envían a la Señora de las Camisetas. Ella no los vende, sin embargo se quita de enmedio a los potenciales clientes poseída por una fuerte rabia interior. La iracundia se desarbola cuando te envía de nuevo al súper con el encargo de mandar al guano a la empleada que te informó y de paso te da las señas de otra señora, al parecer «La que de Verdad Vende los Gorros». Sin embargo, el segundo intento resulta también infructuoso. La que de Verdad Vende los Gorros «ya no los fabrica, los trae de Lanzarote», isla donde otra señora - a la que mantiene en el anonimato - los sigue haciendo a la antigua usanza. Es decir: a mano. Le preguntamos sus señas pero nos cuenta que la señora en cuestión «no quiere ser encontrada». Nos marchamos de La Graciosa sin los gorros pero con la aguda sensación de que la Señora de Las Camisetas y la intermediaria habrían tenido un rifirrafe en materia de gorros. La de las camisetas, sin duda, llegó en su día a reventar el monopolio y el pueblo entero, simbolizado en la empleada del súper, la sigue señalando por su mala acción. La llaga de los gorros continúa abierta en La Graciosa pero no alcanzo a comprender todavía si la fuga de mi cuarto de baño tiene algo que ver con los viajes y el mapa bagua o simplemente con el deterioro de un edificio que tiene más de sesenta años. En cualquier caso dudo que se solucione consiguiendo el gorro. ¿O sí?

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