Fantasmas de la niñez
Crónicas
© Sergio Plou
martes 3 de junio de 2008

     Por lo visto tengo a mi madre de morros desde abril, y yo sin enterarme. El chisme me lo contó ayer mi hermano pequeño mientras nos tomábamos un café y me dejó atónito la dimensión que puede adquirir un simple comentario dentro del reducido ámbito de la parentela. Aunque mi hermano pequeño no es un sujeto al que pueda llamarse pequeño, en el más estricto sentido de la palabra, pues me saca una cabeza de altura, en familias como la mía es tan importante el orden de llegada al mundo que convierte en perpetuas las tallas de la niñez. Si en centímetros parece el hermano mayor, en lo psicológico y en lo intelectual me importa poco establecer un orden, entre otras razones porque hace mucho ya que renuncié a las prerrogativas que ofrece el hecho de haber nacido el primero ante el resto de los hermanos, si es que realmente tiene alguna utilidad, cosa que dudo. Según mi hermano, nuestra señora madre —cuyo cumpleaños se celebra hoy — debió de leer una de mis crónicas y se quedó aterrada. Yo también, porque no alcanzo a comprender el berrinche. El armario y el galán, así se titula el escrito que provocó un maremágnum en el coco de mi madre, lejos de ser diabólico o esconder bajo sus letras un código secreto del maligno, es de lo más ingenuo que recuerdo haber publicado en años. De hecho lo acabo de releer y no le pillo la doblez. No recuerdo otra cosa que lo que se desprende de la lectura y si supiera lo que ocurrió cuando yo tenía cuatro añitos lo hubiera contado tranquilamente. Mi memoria no llega tan lejos, apenas alcanza unas pocas semanas y suele ser una suerte para los malos rollos, que en seguida desaparecen. En cualquier caso, si acudí a una sexóloga fue para resolver un problema de iniciativa y no de amnesia aunque me encontrase de pronto volviendo a la infancia. Me sorprendió mucho que en la consulta surgiera un asunto tan viejo como el que sucintamente describo en esta crónica, pues estaba muy lejos de alcanzar para mí proporciones fantásticas. Como somos animales de costumbres, incluso a las broncas familiares les coges el punto y según pasa el tiempo te vacunas llegando a perder el interés. Como la sexóloga es también psicóloga —de hecho es más lo segundo que lo primero— decidió probar conmigo la terapia EMDR, supongo que con el propósito de descubrir mediante los estimuladores de dónde venía mi actual falta de iniciativa. Salió entonces a la luz un suceso de la infancia y fue quizá lo más interesante de toda la terapia porque que no tengo ninguna gana de volver a ponerme en manos de una profesional. La causa es muy sencilla: para avanzar un poco te pegas meses y para una persona tan ansiosa como yo es un calvario desplazarse a la velocidad de un limaco. Reconozco, sin embargo, que este último rebote materno despierta mi curiosidad y lo mismo vuelvo algún día. Quién sabe. Lo que pasó a tan corta edad, al parecer influyó mucho en el desarrollo de mi iniciativa. Me refiero a mi iniciativa general en la vida. La decisión, el empuje o el coraje, no sé muy bien cómo llamarlo porque aquí se encierra el meollo del asunto, se vio mediatizado por lo visto gracias a las grescas entre mis padres, y al parecer la de aquel día debió de dejarme tonto para los restos. Pero exactamente no sé lo que pasó. Supongo que mi madre lo recuerda con todo lujo de detalles y me reprocha ahora que yo lo malinterprete. ¿El qué, si no tengo ni zorra idea? Haría bien en informarme al respecto en lugar de mosquearse conmigo. Tampoco creo que vaya a descubrirme nada nuevo pero si está de morros por algo creo que va siendo hora de que me lo cuente. Con cuarenta y ocho tacos creo que ya estoy curado de espanto. Hace doce años largos que soy papá y ella es tres veces abuela, así que no estaría de más comprender que lo que nos ocurre en la niñez suele marcar nuestro futuro. El suyo, el mío y el de todo el mundo. No hay mayor misterio que entender el pasado, al menos para aliviar el conocimiento y recomponer las conductas del presente. Lo más gracioso del futuro es que hoy mismo he hablado con mi madre y no ha sacado el tema a relucir, así que no sé a qué carta quedarme.

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