Extasiados y echando el bofe
viernes 13 de junio de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    El Pincho está hasta el culo de peña. Se confunden los obreros, los visitantes y los periodistas. Se nota que salimos de la fase crítica y entramos de lleno en la Telofase del Magno Evento, tal vez se haya creado un nuevo organismo celular, una ameba istiolítica, una clonación del mejillón cebra, y no nos hayamos dado cuenta todavía, pero gracias al gran estreno nocturno y hasta televisado por la segunda cadena, con sus más de cinco mil agentes de policía husmeando en los semáforos y el nerviosismo general que se extiende por todas partes, seguramente logremos alumbrar algo inaudito. Quién sabe, lo mismo es un espejo cóncavo de nosotros mismos y lo averiguamos despúes, cuando llegue septiembre. Hasta entonces el pasmo se nos nota en la cara. La ciudadanía está como atontada en medio del bombardeo mediático, como si fuera a saltar del cielo un pictograma o a producirse un encuentro en la tercera fase. Mientras los obreros estampan las baldosas contra el cemento de la Estación de las Delicias a la velocidad de la luz —me refiero a la luz del día, porque a la noche continuarán dale que te pego— es evidente que a estas alturas, y después de tres años de agotadora paliza, no se llega a tiempo pero a nadie le importa. Al revés, se ha regenerado la mitología baturra, abierta y desenfadada de siempre, que desbarra sin sonrojo en la jactancia y cuyo mayor exponente se refleja en la expresión empleada ayer por el jefe supremo del cotarro: «aún nos van a sobrar tres minutos». En la Expo 2008, la improvisación hispana traspasa la categoría de arte para instalarse en la epopeya. No hay más que ver al peonaje echando el bofe en los alrededores del pozo de san Lázaro, donde el desarrollo sostenible se convierte en algo muscular, cianótico, merecedor de vituallas y cantimploras, amén del cerrado aplauso del público que jalea las ciáticas de los inmigrantes como si fueran propias. Las obras, a un suspiro de la inauguración, magnifican el espectáculo y ennoblecen el alma. La metáfora del agua es el sudor. No se esperaba menos de una ciudad tan inmortal como heroica que verla sudando para llegar al tijeretazo de la última banderita. La vicepresidenta del Gobierno ha estado a la altura y reconoce el esfuerzo, veremos después quién paga las bajas, el desempleo y las ñapas. Cuando se va a toda pastilla enseguida descubres el pastel. Las puertas no encajan, las tuberías hacen ruidos extraños y las losas bailan el chiki-chiki. Hasta el iceberg se ha convertido en una sinécdoque del futuro, el mal augurio de que algún día los polos podrían derretirse. Hoy sólo se espera el sonido de la traca y los fuegos de artificio, mañana será otro día.

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