Exponautas
jueves 31 de julio de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Durante el verano se rebajan las expectativas y al mismo tiempo salen a la luz las primeras contradicciones entre los jefes. Menos da una piedra. Sumidos como están en el proceloso asunto del niño ahogado en la playa fluvial, donde todavía se discute si hubo o no denegación de auxilio —en un lamentable marasmo de dimes y diretes entre los bomberos, la policía y el 061— don Roque, el pretor de Expolandia, que se siente fatigado y que afirma en la última entrevista que no repetiría la experiencia, asume por fin que ve del todo imposible alcanzar los seis millones y medio de visitas. Ojalá no lleguen ni a la mitad, porque el pasado sábado, donde se cuenta que hubo ochenta mil sufridos exponautas en el meandro, la situación era inaguantable. Aún recuerdo las palabras del alcalde cuando dijo que más allá de cuarenta mil visitantes en una sola jornada era demasiado para el cuerpo. Cada día que trascurre salta a la vista que fallan las cuentas. No hay forma humana de acceder a los pabellones más próximos, con baipás o en fila india, así que entrar en el pabellón de España o el aragonés, por no citar el kuwaití, nipón o alemán, requiere una paciencia sobrenatural. Podrán decirme que hay muchos por visitar y les contestaré que una vez que te los has tragado casi todos acaban restando siempre los más masificados. Tres o cuatro horas en una cola a más de 35 grados a la sombra para ver durante quince minutos, como mucho, una proyección en cuatro dimensiones es ridículo, a no ser que seas un profesional en la materia. El panorama que se abre a los ojos de un visitante medio cuando pasa los tornos y se encuentra en mitad de un hervidero de gente es para abrirse las venas. Llegan con entrada para tres días el viernes a la ciudad, lo mismo en viajes organizados mediante un autobús o en su propio vehículo familiar, y enseguida se dan cuenta de que han venido a sufrir de lo lindo en un archipiélago de cemento. No sé de dónde se saca don Roque que el público se lleva una buena impresión de Ranillas, tal vez se deja guiar por los amiguetes o las opiniones interesadas, porque los foráneos enseguida se dan cuenta de que la Expo, sin agobios y tranquilamente, sólo pueden disfrutarla los que viven aquí y se fundieron la extra en comprar un pase de temporada. Basta con observar las filas que se montan para entrar por la noche, cuando remite un poco la calor y con fortuna corre por las riberas una brisa ligera. Así que el boca a boca no es precisamente positivo, ocurre que en menos de tres meses difícilmente se defraudarán las expectativas porque la gente es en el fondo muy agradecida, se divierte con lo que le echen o como no tiene vacaciones agarra el morral y se larga a sudar a la Expo. Siempre puede decir que ha estado en Mongolia sin salir de la ciudad. El asunto principal, sin embargo, son los millones de euros que lleva recaudados el jefe y dónde está la barrera del fracaso económico. Don Roque afirma que en la saca hay ya unos setenta kilazos y que para llegar a los 105, que es su mínimo admisible, no faltan demasiados. Desconozco de qué tipo de rentabilidad habla este buen hombre, porque la Expo se funde al mes cien millones tan ricamente, entiendo que no hable de la sostenibilidad o el desarrollo de la muestra —que es una especie de Fitur, pero en pequeño—, habida cuenta de las toneladas que se arrojan al vertedero a diario sin ningún reciclaje. En cambio, preguntado por los barquitos del Ebro y el dragado del río, comentó que la navegabilidad no tendría que conseguirse a cualquier precio. Es más, no asumió en ningún caso que la Expo tuviera nada que ver en el fiasco. Queda horroroso que, en pleno evento, los bolquetes y las excavadoras sigan sacando tierra del cauce para permitir que una concesión de habas gane cuatro cochinas perras. Todo este desmán, no me cansaré de repetirlo, es más caro y más nocivo que adquirir los mejores hovercrafts del mercado y olvidarse de una vez de machacar el cauce. Ante esta crítica suave de don Roque al consistorio, Fernando Gimeno, primer teniente de alcalde, ha respondido con otra sobre el Iceberg, al que califica de espectáculo maravilloso pero problemático para el río. Con toda su jeta, recrimina a las empresas participantes en la Expo su actuación y les conmina a que limpien el Ebro hasta dejarlo como estaba. Y cómo estaba don Fernando, ¿se acuerda usted?

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