Esperando el «crack» divinamente
jueves 3 de abril de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    A los yanquis les gusta creer que se resuelve el desastre enviando soldados a Afganistán, que es el culo del planeta. Por activa y por pasiva nos repiten que los buenos no pueden perder esta guerra, aunque nadie les oye. Los occidentales somos una tribu de sordos que se aburre enseguida. Confundimos la personalidad en esta prole europea, tan divertida y tan egocéntrica, mientras el resto de la chusma la giña de sed y de hambre por los cuatro puntos cardinales. Será culpa de Intermón, que en lugar de hospitales construye iglesias. Hubo un instante en la Historia —allá por los años sesenta y setenta— en que los ciudadanos más inconformistas estaban hartos de tener la impresión de no valer un colín y que los amos de la pasta fueran los que tomasen por nosotros las grandes decisiones. Ahora ocurre lo mismo pero el descaro de los poderosos es tan brillante que ni siquiera los presidentes de los gobiernos pintan un nabo sobre la faz de la Tierra. En Rumanía, durante la reunión de los países de la OTAN, un ambiente plomizo aguarda la próxima tormenta. Los jefes se limitan a estrecharse las zarpas unos a otros y a hacerse fotos delante de la Prensa, más o menos como siempre, pero ahora se les nota un montón que la suerte está echada. Hablan sobre la recesión que se nos viene encima. Cuentan que nos estamos zampando el Amazonas entre pan y pan. Que los polos se derriten y que el desierto avanza sin que nadie mueva un dedo. Ni siquiera ellos, que nos miran con cara de chorlito, como si tuvieran las manos atadas por algo o por alguien, como si estuvieran condenados a llevar el volante de un automóvil cuya dirección hubiera sido trucada. Se dan cuenta de la nata que nos vamos a pegar. Los ricos, cuya indolencia es proverbial, en lugar de pisar el freno aceleran la marcha hacia el abismo. Parece de locos y sin duda lo es, pero las apariencias no engañan. Hubiera sido más comprensible cagarla durante la guerra fría con una lluvia de pepinos nucleares. Estábamos preparados psicológicamente para un «bye bye» atómico y nos resulta increíble irnos al guano porque se nos trague la mierda. Qué final tan lamentable para la raza humana, por favor. Que hagan algo esos políticos, que para eso cobran. Ahí están nuestros jefes discutiendo si Macedonia tendría que cambiar de nombre para que los griegos no se cabreen. O si la OTAN, ese monstruo fabuloso que no sirve para nada, tendría que reciclarse en ser el ejército de Naciones Unidas. ¿No sería más coherente, visto el egoísmo que nos envuelve, colonizar otro planeta y volver a empezar? ¿No tendríamos que llevar el agua del Ebro a Marte en trasbordadores en vez de en tren a Barcelona? A los millonarios les encanta aflojar la mosca para darse un garbeo en cohete hasta la Estación Espacial Internacional. Les gusta sentir la falta de gravedad más allá de la estratosfera y no la levedad de los cuerpos en África, que ya está muy vista. Si el dinero que nos cuesta la OTAN se dedicase a construir una flota interestelar, al menos tendría una lógica despreocuparse del mundo. Podríamos abandonarlo a su capricho, igual que un estercolero, y buscar otro sitio que emponzoñar.

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