Endulzarse
sábado 23 de agosto de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Con el paso del tiempo todo se termina sabiendo, aunque intente endulzarse. Ciertos asuntos resultan tonterías y al ocultarlos adquieren otra dimensión. Los hay en cambio que se edulcoran para hacerlos más digeribles y en el intento de quitarles crudeza maduran con tal rapidez que se pudren. En ciertos casos, incluso, el producto era tan empelagoso en un principio que tendría que haberse rebajado la carga de azúcar para evitar la hiperglucemia pero el espabilado de turno depositó la ñoñería en manos de un crack que cuadró el círculo al provocar una enfermedad colectiva. La verdad se maquilla siempre y con desigual fortuna, tanto en la inauguración de unos Juegos como en el paisaje contemporáneo de nuestros retretes. Igual que un prócer del partido comunista chino es capaz de sustituir a una cantante infantil regordeta por una cursi que pía como una almeja, la misma vara de medir sirve para pasarnos el peine una y otra vez intentando mejorar la imagen que nos devuelve el espejo. En el primer caso se adiestra a una niña para que mueva los labios mientras canta otra, en el segundo caso la banda sonora nos la colgamos nosotros mismos. ¿Qué es peor? Todo depende de los daños colaterales, pero la distancia entre el engaño y la vanidad es tan mínima que muchos profesionales cobran por disimularla.
    A doña Leticia, por ejemplo, le acaban de operar las napias y los medios debaten ya con todo lujo de fotografías si se trata o no de una cuestión estética. ¿Rino, septo o septorrinoplastia? La diferencia entre operaciones dicta la causa por la que se procedió a tocarle las narices a la Princesa, porque no es lo mismo «endulzar» una imagen que un sonido, pese a que puedan realizarse ambas acciones a la vez y cualquier opción implique un motivo. Contemplar unas viñetas del Jueves, donde las caricaturas de los príncipes practican el perrete, o imaginarse a doña Leti cayendo torrada de glamour mientras ronca a mandíbula batiente, son situaciones ordinarias que aproximan a la Casa Real de una forma más popular que cientos de pasamanos, viajes a Pekín o largos paseos en chancleta abordo del yate. Este tipo de comedias monárquicas aparecen siempre en los momentos más apropiados, justo cuando la prensa apalea los féretros de las víctimas de Barajas, para ver si los familiares pierden el cuajo y se salen del tiesto. Entonces, una noticia idiota barre las portadas y llena los bares de chascarrillos. Lo mismo sirve la monarquía para cubrir un roto que un descosido y, hablando cínicamente jamás valoraremos en su justa medida el trabajo que desempeña la Corona en la dulcificación nacional.

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