El Cuaderno de Sergio Plou

      

sábado 5 de diciembre de 2009

El salto a Vanuatu

Haciendo los preparativos desde Auckland
Desde Parakai hasta Auckland, alojados con los mochileros
de compras en Victoria Market y visitando el Auckland Domain




AUCKLAND

ZARAGOZA

















    Hoy nos hemos estado echando un cigarro en la puerta de los Backpackers, en una bocacalle de Queen Street, y nos ha dicho que se vuelve a Europa después de haberse pegado un año por Nueva Zelanda. Le gustaría volver a Canarias, o trabajar en Caños de Meca, donde unos amigos le han ofrecido trabajo. El checo, que hablba muy bien el castellano, comenta que no hay nada como las Canarias, y eso que se ha pateado ya cincuenta países. De las afortunadas sólo conoce Tenerife Sur, así que le quedan por visitar seis islas más.

     Chocante que en las Antípodas te hable un desconocido sobre Jaca y los Pirineos, y confirmes que le resultaron apasionantes. Para este aventurero, ya talludito, Nueva Zelanda es un país sin historia, de escasa cultura y con un clima que no le acaba de agradar. Prefiere, para playas y agua caliente, Tailandia. Le hemos preguntado por Vanuatu, a donde partimos en un vuelo con destino a Port Vila, la capital de ese país, a las nueve de la mañana, así que habrá que madrugar, y nos contesta que son buena gente. Hemos leído que tienen problemas de malaria en las zonas rurales y que a sus gentes les gusta darse enormes tripadas para demostrar a sus compatriotas que son tan ricos que podrían ser los jefes. Nos hemos comprado una guía para no ir del todo a ciegas. Pensamos coger un resort baratito en la costa de la capital, donde caeremos como atunes para tomar el sol. El clima es tropical, aunque se encuentran ahora en la época de lluvias. Y sólo tienen dos ciclones anuales, que esperamos hayan pasado ya.


    Pretendemos hacer un vuelo para visitar el volcán de una de las islas, la de Tanna, pero no sabemos aún cómo se presentará el viaje y cómo será el país. Son asuntos que iremos dilucidando sobre la marcha. Estamos un tanto intranquilos ante la novedad de emprender viaje hacia un archipiélago de la Polinesia, al que los neozelandeses califican de El Edén. Resonancias bíblicas para un paisaje más silvestre que Nueva Zelanda, donde cuadras el círculo.

    Salimos de Parakai a las nueve y media con el ánimo de llegar pronto a Auckland, registrarnos en el alojamiento de los mochileros (bakpackers) de Queen Street y pasar luego a devolver el automóvil en la agencia. No contábamos con el tráfico propio del fin de semana, cuando los lugareños salen en tropel huyendo de las ciudades. Tampoco contábamos con las tradicionales obras que siembran la carretera de constantes paradas y retenciones. Así que hemos llegado con el tiempo justo a entregar el vehículo, a eso de las once de la mañana, porque apenas estábamos a cincuenta kilómetros de Auckland. Buena parte del equipaje se va a quedar aquí en nuestra escapada polinésica, no queremos ir acarreando trastos por más tierras lejanas. A la vuelta de Vanuatu nos vamos a alojar en el mismo establecimeinto, que no es nada del otro jueves, pero resulta muy céntrico y por lo tanto bien comunicado con el aeropuerto y las zonas más importantes. El coche no presentaba ningún problema. Lo hemos traído lleno de tierra, arena y pestazo a tabaco, pero nadie nos ha dicho nada al respecto. Es un coche que está más que amortizado, que seguramente habrá dado la vuelta al contador de kilómetros una vez o quién sabe si en un par de ocasiones, pero que ha funcionado como un reloj.




    Aunque no habíamos podido instalarnos en la habitación, porque hasta las doce de la mañana no estará presentable, dejamos los bártulos en un cuarto para facilitar la vuelta desde la oficina. Aprovechamos para regresar andando y reconocer de nuevo el terreno que pisábamos. Auckland es la ciudad más grande y con mayor número de habitantes, pero si controlar las comunicaciones, si sabes dónde están los transportes y cuáles son las salidas, ya tienes mucho andado. Estar tres veces en Auckland te sitúa con más facilidad en la ciudad y tarde o temprano acabas comprendiendo de qué va el paño. Por eso resulta chocante que tenga que venir un checo a decir que las Canarias son «mejores».

    Va en gustos. El verde rabioso de Nueva Zelanda, su naturaleza desbordante, es difícil de encontrar en otros lugares. Culturalmente, Nueva Zelanda es otra cosa. Incluso la mentalidad, más americana, puede rayar a cualquier europeo, pero cada cual es como es y viaja con el propósito, no ya de quedarse, sino de comprender un poco a sus gentes y admirar su territorio. Particularemente no he conocido un país donde me gustaría vivir toda la vida. He visto rincones extraordinarios donde no me importaría quedarme una temporada.

    Una vez en el alojamiento y ordenadas nuestras cosas, salimos a Victoria Market, un amplio establecimiento donde encuentras todo tipo de tiendas dedicadas a la artesanía local. Es, por decirlo así, lo más añejo que puedes hallar en Auckland, lo que tiene más sabor y lo más barato. Es el lugar donde se encuentran, por ejemplo, las greenstone más económicas, donde la peña adquiere la ropa por montones y a precios de saldo, o donde puedes comer por cuatro perras mientras escuchas cantar al aire libre a un sujeto que lo mismo podría haberse dedicado a jugar al parchís que a organizar tómbolas. Victoria Market tiene un punto kitsch y en nuestra primera visita a Auckland llegamos a sus puertas cuando lo estaban cerrando. Hoy nos pasamos por allí dispuestos a quitarnos la espina. Me apasionaron las tiendas de artefactos oceánicos, lanzas, canoas y demás materiales de las Isla Salomón, o de Papúa Nueva Guinea, que se mezclaban con artilugios traídos desde Java o Borneo.

    Al salir, nos tropezamos con un sostén atípico, hecho de coco, que a Helena le picó la curiosidad, pero saltaba a la vista que eran incómodos y además de talla única. Echamos el rato en Victoria Market hasta la hora de comer, y una vez que llenamos la tripa salimos en autobús hacia el Auckland Domain, un parque céntrico y bastante grande cuyo único defecto es que todavía tiene zonas donde se permite la circulación de auomóviles, lo que afea el panorama.


    Auckland Domain, más que un parque es un bosque, con sus tracks alrededor y sin desmerecer tampoco su invernadero. Al comienzo existe un enorme espacio abierto donde ese día practicaban el viejo deporte del criquet. Creo que era el criquet, y no el croquet. Los partidos se juegan los sábados y las vestimentas daban la impresión de corresponder a selecciones federadas. Desconozco la liga que se disputn, pero no había apenas público, tan sólo los más allegados, sentados en el verdín tranquilamente.

    Exploramos el parque eludiendo el asfalto que cortaba las explanadas de hierba, los árboles gigantescos y las flores, algo impensable en Christchurch o Dunedin, por ejemplo, ocurría aquí. Tal vez sea debido a la presencia de un memorial del ejército en el centro mismo del parque. Cuando hay algún tipo de memorial, que dicen por aquí, facilitan la entrada de los vehículos hasta la puerta del recinto, estropeando el entorno. Es absurdo y aún con esas el espacio es fabuloso. Regresamos relativamente pronto a la habitación. Mañana nos levantaremos a las seis de la mañana, porque se trata de un vuelo internacional, y entre aduanas y demás tontadas conviene estar pronto en el aeropuerto.