El precio de la vida
martes 28 de octubre de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Quien haya visto «Sicko» — el último documental de Michael Moore— habrá comprendido las condiciones de vida tan miserables y tercermundistas que sufren a diario millones de ciudadanos en los Estados Unidos, sobre todo desde que a Nixon se le ocurrió privatizar la sanidad pública y entregar el monopolio a las aseguradoras médicas. Si durante la guerra fría existían individuos deslumbrados por el sistema de la Unión Soviética, los hay que todavía defienden el estilo de vida norteamericano, así que conviene contrastar las versiones más atolondradas con la realidad más palmaria. La vida tiene un precio al otro lado del charco, depende de la enfermedad que tengas. Una adeno-leuco-distrofia, como la que se apoderó de José Carlos, el niño de seis años que reside en Zaragoza, vale aproximadamente un millón de dólares. A fuerza de dar la murga a todo el mundo, sus padres han conseguido por fin reunir semejante cifra que, una vez desglosada, cubrirá el transplante de médula, la habitación y el tratamiento genético ofrecido por el doctor Chagras en el hospital de la Universidad de Minnesota. La intervención se realizará en cuestión de días gracias a la solidaridad de miles de personas.
    Las intervenciones y tratamientos de las enfermedades menos comunes, como la de este chaval, tendrían que estar subvencionadas por el estado. No podemos enriquecer sin más a las corporaciones médicas de un país que no permite la asistencia universal de sus pacientes. Es humillante tener que arruinarse en América por lo que en Europa, si la ciencia hubiese avanzado lo suficiente, sería gratuito. Verse obligado a la caridad es muy lamentable, pero si el producto de la limosna termina en la saca de los que comercian con la vida de los seres humanos, la ética y la solidaridad terminan por seguir el juego de las corporaciones. No es ya que se patenten vacunas, se haga negocio con los medicamentos y hasta con los genes, que podrían salvar la vida de millones de personas, es que se ha terminado también por privatizar la mano de obra más cualificada, la de los cirujanos especialistas. Se les ficha en América igual que a los jugadores de rugby, lo que en ambos casos me parece una ignominia. Aún así hay mucha gente encantada con el «american way of life», supongo que tendrán dinero para costeárselo.
    Ahora que el imperio está en franca decadencia, los ciudadanos estadounidenses vuelven a tener la esperanza de que llegará un hombre como es debido y pondrá las cosas en su sitio. Es lo que cuentan las noticias. Aparte de unos ingenuos, los yanquis son demasiado individualistas. Suelen confíar el poder político al que mejor les miente y están convencidos de que a Obama apenas se le nota. Le debe pasar algo en la boca —aseguran— porque habla igual que un catedrático, pero tiene buenos modales, es negro y parece un sujeto razonable, de modo que han decidido que con él llegará el cambio. A estas alturas de la película, todo lo que signifique despegar de la poltrona a los republicanos más ortodoxos, a la familia Bush y a sus incontables amigos, supondrá sin duda un alivio para el planeta. Los que piensan, sin embargo, que el candidato demócrata implantará la seguridad social en los Estados Unidos desconocen que su campaña —como la del infumable senador McCain, su oponente— está financiada también, y no con cuatro perras, por las temibles aseguradoras médicas.
    La sanidad privada en su conjunto y las multinacionales farmacéuticas se gastan millones de dólares anuales en comprar la voluntad de los políticos, garantizándose a golpe de talonario un negocio redondo e impidiendo la más mínima transformación, salvo que multiplique sus ya pingües beneficios. Sería propio de necios que, pudiendo apostar a todos los caballos y ganar siempre, dejasen al capricho de las urnas tan millonarias empresas. El resultado de semejante permisividad es cada día más delirante, no sólo en el ámbito de la salud pública, visiblemente deteriorada, sino también en el terreno de las finanzas. Que una persona, aunque se presente voluntaria y cobre un buen sueldo, vaya a arreglar el mundo casi me parece insano. Algo me dice que habrá que seguir pasando la gorra hasta reunir un millón de dólares para que operen los médicos a un crío de Zaragoza en la mismísima Minnesota.

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