El concreto
sábado 5 de abril de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Es maravillosa la capacidad que disfrutan algunas gentes para irse por las ramas. Sacarle punta a cualquier asunto es un prodigio similar al que realizan los magos para darnos gato por liebre distrayendo nuestra atención. Los inexistentes Cerros de Úbeda son una estrategia. Una mentalidad peregrina, que tienda a perderse en la narración sin buscar un objetivo, se olvidará de que está empleando un truco para conseguir algo. Sólo tendrá éxito si su meta es ganarse la vida haciéndonos reír. Y no siempre, porque el arte de los cómicos tampoco es una tontería. Por muy hilarante que resulte jamás prospera el artista si remata al pedo el desenlace. Las gentes concretas, en cambio, serán muy aburridas pero su lógica es aplastante.
    Mi padre, que en paz descanse, era muy concreto y decidió ganarse la vida mediante un invento. Todos los inventos tienen fecha de caducidad —las patentes no son para siempre— aunque pueden desarrollarse con el paso del tiempo. Su ingenio le llevó a crear un enconfrado extensible que pudiera albergar el cemento creando columnas y pilastras de todos los tamaños. Hubiera flipado el hombre a colores viendo cómo está de hecho polvo el mercado de la construcción actualmente. Máxime cuando se lamentaba de no haberse dedicado a levantar edificios, tarea que enriqueció a muchos durante la época dorada del ladrillazo. Pero todavía alucinaría más con el último hallazgo que nos llega de México: el concreto.
    No hay nada más concreto —al otro lado del río Grande— que el concreto propiamente dicho, el material que revolucionará el diseño arquitectónico en un par de años. El concreto es un hormigón trasparente que se vende en América gracias a una fórmula original patentada por dos estudiantes de la Universidad Autónoma Metropolitana. Para fraguar no necesita grava especial ni hormigoneras de nuevo cuño, utiliza los materiales de siempre, así que no exige inversiones añadidas. El único inconveniente es que resulta tres veces más caro que el hormigón convencional. A cambio ofrece una ventaja interesante: la luz atraviesa las paredes traslúcidas y ahorra energía. Es más, podría evitarnos la pintura haciéndolas de colores. Pero como todo lo que es concreto, el concreto en sí resulta demasiado exhibicionista para la ferralla. La ferralla son esos hierros, por ejemplo, que van dentro de las columnas y que con la humedad tienden a oxidarse. El hormigón de toda la vida es gris y feo como el demonio, de modo que no nos damos cuenta del normal deterioro de los hierros. Ni siquiera sabemos si se ahorraron su colocación —lo que es un delito y se denomina aluminosis—, aunque siendo traslúcido tanto su ausencia como su deterioro saltarían a la vista. Es obvio que se abre un nuevo camino en el mundo de la construcción, donde la creatividad se apodera de los materiales más simples. En un futuro diseñaremos el interior de nuestras vigas, suelos y paredes, la moda llegará al hormigón haciendo que lo concreto sea más relativo y etéreo: más variado y más bonito. Sorprende que hasta el cemento se renueve favoreciendo la belleza y con ella también la dispersión.

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