El bucle
martes 19 de abril de 2011
© Sergio Plou
Artículos 2011

   Cada vez que surge un movimiento regeneracionista en la sociedad, aparece una organización facciosa. El dinero puede admitir que vivamos en esta democracia de pacotilla, incluso en un comunismo capitalista, pero si la gente se mueve intentando derribar la corrupción y la mangancia nacen de la nada grupos intransigentes y fundamentalistas. Se declaran como verdaderos o auténticos patriotas, al estilo de los finlandeses, que han obtenido en las urnas el veinte por ciento de los sufragios, y amenazan con regresar al punto de orígen que más les conviene: el negocio mondo y lirondo. El caldo de cultivo siempre es el mismo: una tasa de paro elevada y una situación económica desastrosa. Las dos sirven para construir agravios comparativos entre las clases más humildes.
   La solidaridad no está de moda entre los pobres, se ha convertido en una herramienta de la gente guapa, la que puede permitirse el lujo de lavar su dinero en actos de caridad dirigiendo sus propias fundaciones benéficas. Si sueltan la pasta es porque desgrava. Las ONG, sin embargo, están en plena decadencia y pierden socios a diario. Estamos cansados de suplir las carencias de los estados, agotados de oír desgracias y de no tener dinero siquiera para paliar las nuestras. Abstrayéndonos del dolor que causan, soñamos con vivir como marqueses. Aparentar, lucir joyas y salir en el «Hola», donde narran con glamour las estúpidas hazañas de la clase más holgazana. Queremos ser calcomanías de papel cuché. Deseamos ser una foto en las revistas, convertirnos en príncipes y princesas de ese continente extraño donde la envidia es virtud y el paraíso, lejos de la recesión y la miseria, todavía es posible. Por eso gastamos lo poco que tenemos en apuestas y sorteos, esperando el milagro de vivir del cuento.
   Somos ambiciosos, aunque no tengamos ninguna posibilididad. La vida cotidiana es diferente. Las injusticias que se producen entre los explotados, ese conjunto del que sin duda forma parte cada individuo del montón, pasan a un primer plano cada hora. Cada minuto. Cada segundo. El clásico divide y vencerás es un ripio inútil para los que no tienen dónde caerse muertos. Sólo sirve a los que manejan el cotarro, los que promueven la cizaña y mantienen distraída a la gente con preocupaciones menores. El objetivo de los auténticos jefes es seguir chupando del bote. Esta fórmula les ha funcionado en todas las épocas, por eso la repiten hasta la saciedad, y si el problema engorda lo determinan fomentando una guerra mayúscula. Nada mejor que el caos para hacer de su capa un sayo.
   Los gurús de la bolsa y de la economía flipan un montón con la que se nos viene encima, por eso los cuidadosos miden sus palabras y los que han perdido prestigio, a fuerza de escrutar el horizonte y vaticinar desgracias que no se han cumplido, continúan por el sendero de la hecatombe. Juran que las trompetas del apocalipsis sonarán tarde o temprano y nos meten el miedo en el cuerpo. La propagación de rumores durante una crisis como la que estamos viviendo favorece de tal modo los chismes que cuajan rápidamente. He escuchado ya unos cuantos acerca de los funcionarios y siempre aconsejo a los interesados que hagan un seguimiento.
  Si alguien les asegura, por ejemplo, que van a terminar de patitas en la calle no lo den por hecho. Al contrario, pregunten a la persona que expande ese rumor sobre quién les contó semejante bazofia. Es cuestión de ir tirando del hilo para hallar detrás de un bulo a alguien interesado en que se cumpla. Si ese individuo tuviera la fuerza suficiente no hubiese necesitado del rumor para favorecer sus expectativas, simplemente habría metido el porrazo y se hubiera quedado tan pancho. Muchos rumores no son otra cosa que encuestas capciosas, bombas de relojería. A medida que se alejan del sujeto que las lanzó, mayor es el riesgo de que se hagan realidad, por eso conviene desmontarlas pronto. De lo contrario el bucle se irá cerrando a nuestro alrededor, cualquier mentira se tornará de imediato en una verdad insoportable y quedaremos a merced de la especulación más absoluta. A veces me pregunto si no estamos ya en el ojo del huracán o estamos sufriendo una alucinación colectiva.

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