El ahuyentador
lunes 24 de marzo de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    La ciencia avanza una barbaridad, aunque las leyes no alcanzan las mismas velocidades. Los matamoscas son agotadores en comparación con los esprais de CFC. Mientras unos eliminan a los insectos a golpes los otros tienen la execrable virtud de vaporizar la capa de ozono y por lo tanto van reduciendo el número de años que aguantaremos los humanos sobre la faz de la Tierra. Si costó un horror prohibir en Occidente la emisión de los clorofluorcarbonados, todavía nos queda por comprender la causa de su nacimiento. La vagancia de no emplear una pala flexible no se resuelve multiplicando los gases que causan el efecto invernadero. Los ruidos, por ejemplo, sin duda favorecerán la industria de los aislantes pero a medida que nos encajonamos en edificios compactos y acristaladísimos, en los que apenas corre el aire, descubrimos un día que tanta belleza urbanita y sin ninguna ventana que abrir, no sólo enloquece nuestras mentes sino que enferma nuestros pulmones. Las incomodidades, los inconvenientes y las perturbaciones de toda índole han llegado al extremo de la manía. Somos molestos para nosotros mismos y según las fobias y los prejuicios se inventan los artefactos más sutiles para ahuyentar cualquier impertinencia.
    Howard Stapleton, ingeniero electrónico, patentó hace tres años en el Reino Unido un aparato que tiene la facultad de alejar a los menores de veinticinco años a veinte metros de su radio de cobertura. Para lograr semejante hazaña sin obligar a los adultos a dar voces o encabronarse, el dispositivo emite un pitido de alta frecuencia, en una banda de 17 kilohercios y en un volumen de entre 75 y 85 decibelios aproximadamente. Dicha alarma, inaguantable para los más jóvenes, no afecta a los mayores debido a que están aquejados por la presbiacusia: la pérdida progresiva de audición neurosensorial. El cachivache, del tamaño de un altavoz y al que se ha denominado El Mosquito por su característico zumbido, despeja de chavales cualquier zona en menos de diez minutos. Se activa por teléfono móvil mediante un mensaje de texto o gracias a un detector de movimiento y su precio, previa instalación, es de 15 euros al mes. Todavía no se comercializa en toda Europa debido a las diferentes legislaciones, pero desde la página web de la empresa fabricante animan a crear franquicias. Tan molestos parece que resultan nuestros adolescentes en las zonas saturadas de bares que no tardará mucho en imponerse en España, de lo que se habla menos es del problema que causa este dispositivo en la infancia, incluidos los bebés, que evidentemente no pueden huir por piernas y que someten a sus padres y vecinos a un padecimiento cuya raíz no comprenden. Tampoco se comenta la utilización de ultrasonidos como timbre para recibir llamadas en los móviles, sin embargo en los colegios ingleses causan furor por su efecto venganza. Es curioso. Si nos evitamos molestias creando problemas nuevos, resolver los efectos secundarios que provocan tan agudas soluciones no resulta a menudo tan sencillo como pensamos.

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