Descarte miope
Crónicas
© Sergio Plou
viernes 6 de junio de 2008

     Salvo los paranoicos, que ven enemigos por todas partes, y los que realmente son perseguidos y hasta torturados, el resto de las personas no tenemos que buscar antagonistas demasiado lejos. Por lo general, los contrincantes más hostiles que podemos encontrar los llevamos a flor de piel. No se trata de una psoriasis ni tampoco me refiero a la especie humana en su conjunto sino a cada uno de sus individuos por separado. Hay sujetos que contemplan el egoísmo como algo antinatural, cuando lo cierto es que resulta tan primario que reside en la base genética. Los genes parecen caprichosos pero son muy persuasivos y la tendencia a considerarnos inmortales sólo se ve modificada cuando el artefacto que nos cobija, al que denominamos cuerpo, presenta una serie de fallas, dolores y anomalías que nos hacen sospechar que tal vez la diñemos pronto. Si el asunto no reviste gravedad, olvidamos los males y nos centramos en los remedios. No es plato de gusto sentir que somos prescindibles pero actuar a todas horas como un tiquismiquis agota a cualquiera. Ni siquiera los más ancianos aguantan la presión de acostarse a diario creyendo que igual mañana no se levantan del catre, así que viven el presente con la mayor despreocupación que su conciencia pueda labrar. La economía de medios llega a estos extremos. Si no queremos volvernos majaras antes de tiempo conviene pensar en el futuro, al menos en el más inmediato. De hecho nos movemos por el mundo como si realmente existiera un después y esta contradicción se manifiesta constantemente por medio del «descarte miope».
     El descarte miope es como la ley del mínimo esfuerzo llevada al absurdo. Aparece de forma tan sangrante en el Primer Mundo que apenas caemos en la cuenta y sin embargo es el colmo que nos convierte al mismo tiempo en cigarras y en hormigas. Nos sometemos, por ejemplo, a un régimen alimenticio con el propósito de perder unos kilitos y de repente nos metemos entre pecho y espalda un oso buco. Descartamos placeres en pro de un beneficio mayor, aunque siendo conscientes del error que cometemos y a costa del malestar incluso que tendremos más tarde, lanzamos por la borda esfuerzos anteriores y caemos abruptamente en la extravagancia. ¿Nos vencemos a sabiendas o somos tontos de baba? La voluntad, el espíritu de sacrificio y hasta el ahorro se evaporan ante la efímera mentalidad de la pereza o el beneficio inmediato. Total, son dos días y más vale pájaro en mano que ciento volando. El refranero está sembrado de dichos que nos empujan a romper con la disciplina, por simple que sea, viviendo el ahora sin preocuparnos del mañana. Hacemos caso omiso de las señales de alerta que envía nuestra experiencia y a menudo tropezamos siempre en las mismas piedras. La frustración y las depresiones hacen acto de presencia con inusitada frecuencia. La sociedad de consumo nos anima a ser impulsivos para endosarnos a renglón seguido la cura de la insensatez. Al mercado le conviene que los sentimientos sean geoestacionales, de esta forma se diversifican los productos a lo largo del año y repartimos el dinero entre las empresas que fomentan la inconstancia. Siempre echan por la tele un capítulo idiota, siempre hay un bar abierto donde ahogar las penas, siempre es la hora de algo o de alguien, pero nunca llega el momento de apostar por nosotros mismos. ¿Acaso tenemos miedo a perder?
     Escribiendo sobre problemas de este calibre me doy cuenta de que ciertas crónicas, bien encuadernadas, conformarían un perfecto «manual de anti-ayuda»: todo lo que sabemos sobre nosotros mismos y que jamás pondremos en práctica. Es la cíclica historia de nuestra vida, ¿volvemos a empezar o aún no tenemos bastante? Como primates que somos nos tira alzar el brazo a ver si pillamos un plátano, pero el sistema económico en el que nos desenvolvemos rara vez permite estas alegrías y cuando lo consiente es a costa de otros. Como se estimula nuestra imaginación y nuestro deseo de manera simultánea y en direcciones opuestas, conviene hacer planes, fijar prioridades y ser constantes en el empeño. Sólo así distinguiremos después los avances de los retrocesos. Sólo de esta forma podremos sentirnos bien, que a menudo significa estar cansados físicamente. Decía Peter Handke, que lo malo de trabajar en faenas intelectuales es que pillas la piltra con mas o menos sueño pero sin el agotamiento de quien se ha metido la soba arando el campo. Y a mi escaso juicio tiene razón. Tal vez sea esa la causa de que los gimnasios se llenen de chorbos. Mucha gente que cría culo en la oficina, a falta de tierra que labrar termina esculpiendo su propio cuerpo, pero buena parte de ellos se rajan al primer intento. Las razones y objetivos de los seres humanos son tan prolijos como discutibles, lo que no tiene sentido es el vaivén del péndulo. Tomando decisiones que no podemos concluir tarde o temprano regresaremos al punto de partida sin haber aprendido de las consecuencias, así que antes de cagarla merece la pena detenerse un instante y calibrar nuestros intereses.

Crónicas
2007 y 2008 2009 a 2011
Artículos Críticas Literarias Relatos Las Malas Influencias Sobre la Marcha La Bohemia La Flecha del Tiempo