Delicatessen
miércoles 20 de julio de 2011
Sergio Plou
Artículos 2011

   Mundo Today, ese chistoso periódico que a veces tiene la gracia en el culo, ha confirmado que su equipo curraba al principio en los medios convencionales pero que se largaron porque carecían de rigor. A mí me parece que a los medios de toda la vida no les falta rigor, de hecho yo terminé huyendo de uno porque tenía un rigor excesivo, el «rigor mortis» de una hoja parroquial. Otra cosa distinta es la objetividad, imposible de encontrar en la vida cotidiana. Si intentamos narrar cualquier hecho, aunque seamos testigos presenciales del mismo, tarde o temprano nos daremos cuenta de que estamos realizando pequeñas manipulaciones. Nuestra mirada no es ingenua, ni siquiera durante la infancia. Estamos cortados por el patrón del hábitat en el que vivimos y aunque existan gestos y conductas universales no son tantas como pensamos, así que conviene comparar y establecer puntos de vista. En el mejor de los casos, y contemplando la información desde un aspecto científico, podemos caer en errores por un simple problema de procedimiento.

  Tener los medios y la tecnología suficientes para analizar un suceso y realizar después una interpretación correcta no es tan sencillo como parece. Existen fórmulas, por ejemplo, para contar los individuos que asisten a una manifestación pero se necesita una mínima logística para efectuar el conteo. Depende del ángulo y de la perspectiva que tomemos al realizar una foto contemplaremos una plaza casi vacía o medio llena. Si después optamos por maquillarla mediante un programa informático, ya sea desde una óptica artística o para alterar la realidad con fines menos loables, el resultado final no se parecerá demasiado al instante que recogimos con nuestra cámara. El fin no justifica los medios, pero los medios facilitan muchas veces el fin. En la información, como en la vida, todo depende de la ética y gozar de una ética constructiva refleja que tenemos sobre los hombros un cerebro saludable.

  La prensa convencional ha perdido muchos adeptos. Un rigor excesivo, encarado a mantener su cartera de anunciantes, ha ido creando unos medios tan serviles con los poderes económicos que ha terminado haciendo masa química con ellos. En algunos casos, véase cómo juega el emporio de los Murdoch, llega a cristalizar en una industria tan bollante que se permite el lujo del espionaje, al viejo modo de los monopolios.

  Estas corporaciones favorecen su crecimiento de tal modo que para multiplicar su influencia y beneficios acaban comportándose de forma mafiosa, construyendo una tupida red de confidentes y detectives, sobornando a policías, comprando a los afines y extorsionando a los problemáticos, evadiendo capitales en opacas entidades financieras mientras sus contables juegan al ratón y al gato aprovechando la expansión internacional de las empresas familiares. Que los Murdoch hayan tenido que rendir cuentas en una comisión del parlamento británico es el síntoma de lo podridas que bajan las aguas, máxime cuando hay un cadáver sobre la mesa —el de Sean Hore, periodista que denunció las escuchas y que trabajaba para el finiquitado News of the World— , aparte de las dimisiones policiales en la cúpula de Scotland Yard. Con el paso de los días se irán levantando alfombras, porque las corruptelas siempre dejan atrás gente humillada y con deseos de venganza. El propio amarillismo de los tabloides acabará devorando su carnaza.

   El denominado «cuarto poder» se ha ido convirtiendo con el transcurso de los años en parte del propio poder, aunque todavía mantega viva una parcela de su credibilidad profesional, con frecuencia reducida al espectro del periodismo de investigación —cada vez más exiguo— o al nuevo aliento digital del periodismo alternativo. Recuerdo que hace una década larga, con motivo de una conferencia que tuve que dar en la universidad, hablé de estos asuntos y buena parte de la concurrencia me miraba atónita e incluso malhumorada. Entonces, sugerir que seguía existiendo la censura o que los medios de comunicación no eran otra cosa que palancas de control, era todavía demasiado duro de escuchar. Ahora nadie se rasga las vestiduras. Al margen de los intereses personales de cada cual y de las miserias propias del oficio, es fácil toparse con todo tipo de trapisondas. La última es la que circula en la red alrededor de Carlos Carnicero, que ha sido despedido de la cadena Ser y que una vez en la picota está soltando en su blog ciertos tejemanejes entre la Sexta y Público, relacionados con la radiotelevisión pública. Estas perlas no son nada en comparación con las turbiedades del clan Murdoch o las cuitas de Berloscuni, pero nos dan a entender hasta dónde ha caído el periodismo y los derroteros que va tomando la prensa en la actualidad.

    Agregar a Meneame
si te ha interesado el artículo compártelo
Articulos
Primeras Publicaciones 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 — 2001 2007 2008 2009 2010 2011        
Cronicas Críticas Literarias Relatos Las Malas Influencias Sobre la Marcha La Bohemia La Flecha del Tiempo