Del género idiota
lunes 5 de mayo de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    La muerte de Calvo-Sotelo, el expresidente que llevaba en la jeta unas gafas grandes como televisores, está pasando muy desapercibida entre el populacho. Sólo se habla en Madrid de que Pajares está gagá, que es un auténtico síntoma de la imbecilidad que emborrona el panorama. Andrés Pajares entra a saco en el bufete de abogados que le lleva los papeles y se lía a guantadas. Andrés Pajares se inscribe en un hotel y deja la habitación hecha un cristo. ¿Cuál será la siguiente proeza de Pajares? Da igual, si no existe se inventa. Los cómicos de antaño se han convertido en su propia broma y van camino del esperpento. El esperpento es la publicidad desquiciada, la fotonovela de Lavapiés. La España de los bingueros, de Mariano Ozores y Fernando Esteso, se nos ha quedado tan pequeña que Marianico el Corto podría interpretar al Chikilicuatre en bandurria y se haría de oro. Lo cutre tiene también su copyright y sus franquicias. El diseño de lo feo, la improvisación de Muchachada Nuí, también exige un guión. Sólo la sobrina de Rouco Varela, el jefe de la católica Conferencia Episcopal, consigue dar la nota en Interviú posando en bikini. Es lo último de lo último, lo más cutre luxe: la sobrina del arzobispo en bolas. El cambio generacional del cutrerío convierte en friqui todo lo que toca y como prueba valga un botón: sólo a los niños se les viste de Ágata Ruiz de la Prada, porque lo ingenuo está out. Y si Paco Clavel está fuera de onda, Pajares lleva años sin saber lo que es comerse un colín. Así que su hijo, completamente abatido, comenta en los periódicos que habrá que hacer algo con el hombre porque es un peligro. Será la crisis del ladrillo y las hipotecas, la crisis comisionista de los cajeros automáticos la que favorece que cualquiera sea Tamara durante diez segundos. Cualquiera es capaz de emular a una búlgara cantando el «Kan Lí» en la chorrada del Buenafuente y hacernos sentir las mismas emociones contradictorias que en la boda de un primo lejano. Cualquiera puede colgar en YouTube la nata que se dio su abuela al salir de la ducha y, como es gratis, el éxito será total. El humor negro está tan sobrevalorado, como diría Cansado, que ya no necesita a los comediantes. De hecho, antes de salir a Madrid me fui a ver «Solitos» al Teatro de la Estación, que en teoría iba de clowns, y en lugar de partirme el pecho salí triste y compungido. El humor hay que vivirlo en tus propias carnes para que raye la locura. Es del género idiota, por ejemplo, gastarse más de cincuenta euros viajando en un tren de alta velocidad si fundiéndote la mitad —incluido el billete de vuelta— te toman el pelo a conciencia. En autobús y con los de Alsa se experimentan sensaciones que ya creía olvidadas. Lo europeo y lo africano se abrazan en un Bergabús. Al conductor del bus de los hermanos Berga —la subcontrata que refuerza el trayecto durante los puentes— hay que ir indicándole por el camino el itinerario. Viajar en el Bergabús es lo más retro en viajes a la capital del reino. En la Avenida de América ya se montó un formidable zancocho a las seis y media de la tarde cuando los cuatro autobuses que cubren la línea entre Madrid y Zaragoza no se aclaraban con los números. Por un momento se me arrasaron los ojos de lágrimas imaginándome lo que ocurriría al llegar a la caótica Estación de las Delicias. ¿Daría el conductor con el andurrial de entrada? ¿Estaríamos dando vueltas como idiotas hasta bien entrada la noche? No sé qué sería de la Europa mediterránea sin el absurdo que todavía azota nuestra vida cotidiana.

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