Dagas yemenitas
jueves 24 de julio de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    El pasado sábado me regalaron una daga yemenita en plena Expo y el domingo me pasaron cuatro veces la mochila por el escáner buscando una navaja. Supongo que el morral todavía olía a cuero, porque la gumia en cuestión no tiene un gramo de acero. Las yambiyas son unos cuchillazos ornamentales que los recios y jacarandosos mozos del Yemen llevan insertadas en el fajín que aprieta su cintura. A mí me parecen símbolos fálicos, más bien retorcidos, semejantes a los cuernos o los cocos que se cuelgan los africanos del pene con el ánimo de aparentar. Últimamente mi compañera sentimental me aconseja o me regala cosas extrañas, circunstancia que me come la cabeza, pero saco a colación el asunto de las dagas porque los periodistas comentan lo absurdo que resulta prohibir la entrada de navajitas y cortauñas para pelarse una manzana y que puedan venderse en el pabellón del Yemen semejantes artefactos. Hablan de seguridad como si las dagas yemenitas sirvieran para otra cosa que para dar el pego. ¿Las han cogido por la empuñadura y las han extraído de su funda? Si lo hacen se darán cuenta de que la hoja es de latón grueso, afilada malamente y cubierta de un aceitillo cochambroso, así que no son realmente útiles. Lo máximo que puedes pillar con ellas es el tétanos. Con las dagas yemenitas pasa lo mismo que con la masculinidad de toda la vida, que las apariencias engañan. Al empuñarla imaginas un filo de horripilar y al desenfundarla es un canelo, sin embargo son bonitas. Es lo que ocurre con la propia Expo, que brilla mucho aunque no sirva para nada y cuya seguridad es tan desagradable que se asemeja a las últimas técnicas de depilación por cera inteligente. Servidor, cuya paciencia es bendita, estuvo codo con codo junto al segureta de la entrada en la llamada Puerta del Ebro pasando mi propia mochila por el escáner cuantas veces hiciera falta. Ambos cotilleamos por la pantalla todos los elementos que portaba en mi sospechoso zurrón y que le mostré cuantas veces quiso el interfecto. De nervios como escarpias y dedos como longanizas, el mozuelo encargado de la seguridad se atrevió a urgar en mis enseres como si lo hiciera en su propio escroto. Así que de seguridad, la Expo va más que servida. Le falta educación, eso sí, grandes dósis de sentido común y organizativamente anda escasa de tecnología informática. Sigo sin comprender, por ejemplo, como en la época de internet se obliga a la peña a guardar fila. Si los cines pueden vender entradas, ¿acaso el Pabellón de España carece de medios para colgar en la página de la Expo su «fast-pass», o baypás, como dice la gente? La seguridad es tan atómica en la Expo que, en los masificados conciertos del Anfiteatro 43 —todavía desconozco por qué, con los músicos y actores aragoneses que pueblan la Historia lo bautizaron con el número 43 y no con el 44 o con el 45—, una hora antes del comienzo están casi todos los asientos de piedra ocupados o reservados y los espectadores que van llegando en riadas tienden a sentarse en las escaleras. La chavala que han puesto allí, entre otras cosas para vigilar que nadie cubra las sillas de invitados ni deje caer sus culos en los escalones de acceso, se ve de pronto desbordada por la pertinaz costumbre hispana de taponar las salidas y pide auxilio a seguridad. Los de seguridad están tan quemados con dar la brasa y que no les hagan ni puñetero caso que viene a despejar el terreno la propia policía nacional. De modo que la seguridad en la Expo es algo apreciable. Los chascarrillos aseguran que en la Expo es difícil robar a nadie de manera extraoficial, porque el hurto se da desde la taquilla a los bares, pasando por los restaurantes y pabellones. Digamos pues que el robo es legal. Si a los yemenitas les impiden vender sus dagas, a los qataríes tendrían que impedirles exhibir sus trabucos y a los sauditas colgar sus sables a la entrada. Supongo que en el pabellón del África subsahariana cualquiera podría hacerse con una lanza y montar allí la de dios es cristo, porque cuando el calor aprieta lo cierto es que la gente se pone de muy mal café y en plan quisquilloso, así que les aconsejo que se vayan un rato a Lituania, donde se está muy fresquito y no hace más que caer agua del techo. Lo demás son tontadas.

Articulos
Primeras Publicaciones 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 — 2001 2007 2008 2009 2010 2011        
Cronicas Críticas Literarias Relatos Las Malas Influencias Sobre la Marcha La Bohemia La Flecha del Tiempo