El Cuaderno de Sergio Plou

      


martes 6 de marzo de 2007

Que hablen de uno, aunque sea bien




   Ha sido una semana agotadora. Psicológicamente más dura que en lo físico. Los golpes emocionales desgastan más que cualquier competición, sobre todo cuando remueven la columna vertebral del individuo. La muerte de un ser querido pone en cuestión conceptos y sentimientos, el tejido sensitivo se deshilacha y quedas a la intemperie, se dibujan de nuevo las mentalidades de las personas que sufren la pérdida y se va escribiendo otra banda sonora para nuestras vidas. En cualquier cultura, las civilizaciones han comprendido la importancia que tiene la ausencia de un afecto y han establecido ritos para vincular los daños con la aceptación. El esquema se rige por un conjunto de fases que constituyen el duelo. Todas las religiones tienen su propia versión, la arqueología ofrece catálogos de ruinas donde la exaltación artística sincretiza el dolor de todo un pueblo hacia los sujetos más poderosos, pero también el de los más corrientes y próximos, mucho más sencillos. Estas huellas nos hablan a todos de lo que tarde o temprano nos saldrá al paso. Aunque no impediremos el daño, gracias al conocimiento podemos atravesar el instante con otro ánimo. La ciencia nos empuja a comprender que existe toda una gama de relaciones causales que conducen al envejecimiento y una de ellas, la más simple, es la negación de nuestras emociones. La expresión del sentimiento es tan importante como el propio sentir, y rejuvenece claramente. Así que conviene hacer caso a lo que bulle en nuestro interior para seguir adelante. Es inevitable. Los proyectos que llevas entre manos se tiñen de una sensibilidad distinta y la digestión toma el tiempo que necesita. Por ejemplo, lo que para mi significa ser padre, y lo que mi padre representaba para mí, se funden en un diálogo mental. Siempre he tenido claro que la mentalidad educativa que mi padre podía transmitir en el plano emocional había que hallarla con un transmutador de materia. La coraza que su generación había construído alrededor de los sentimientos impedía conocer la textura del cariño, no es que careciera de un motor emotivo.

   Es la muerte la que nos permite comprender en toda su longitud la realidad, sólo que desde otro ángulo. Viniendo del cementerio, por ejemplo, a la entrada del Parque Pignatelli —en el paseo de Cuéllar —fui piropeado por dos teenagers de estilo punki que con suerte llegarían a los 16, cuyo diálogo reproduzco a continuación.

   —Está bueno papá Noel.
   —Le echaría un culo al abuelito de la Heidi.

   Dichas expresiones desde luego no levantan a un muerto. Papá Noel y el abuelito de la Heidi no son iconos de sex apple, pero chico aún se te puede echar un culo porque estás añejo y casi es mejor que te suelten este tipo de cosas, visto que aceleras discretamente y te pones como un tomate, a otras más ridículas. Más vale que hablen de uno, aunque sea bien.