Colapsándonos
jueves 15 de mayo de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Siempre me han dicho que voy buscando el cuscurro del pan, los agujeros negros del universo y la caquita del perro en las aceras. Es probable , pero no lo puedo evitar. Igual que otros expurgan a sus semejantes como los micos o se arroban controlando las imperfecciones en la jeta de la persona amada, ya sea con el propósito de extraer los inevitables puntos negros o para reventar los acúmulos de grasa que tanto parecen afear su rostro, a mí me da por fijarme siempre en lo que no funciona. Y seguro que invierto mi tiempo con el mismo propósito de embellecer todavía más el hábitat que me rodea. Quizá con similar espíritu posesivo, imaginando incluso que un día gozaré de tal hermosura a mi alrededor que resultará imposible encontrar defectos ni purrias. Ruego a los gnomos cada noche para que así sea, aunque se me antoja ya tan magnífica la morralla que nos envuelve que estoy convencido de que constituye una parte fundamental de nuestra particular idiosincrasia y que acabando con las deficiencias e improvisaciones seguramente terminaríamos por huir a otra zona del globo, donde pudiésemos corromperla de nuevo y a conciencia, para satisfacción de todos y para mayor solaz de los técnicos de Dragados y Construcciones. Embriagado por la elegancia de las contradicciones, me parece sensacional que la nueva terminal del aeródromo de Zaragoza —llamar aeropuerto a Sanjurjo supondría elevar la T-4 de Madrid a la categoría de base lunar—, toda ella en su conjunto muy moderna y apenas recién estrenada, se haya convertido de pronto en una laguna donde podrían chapotear los sapos y las ranas. Sin duda nos estábamos acostumbrando a que no lloviera nunca y ahora que viene el agua retrasada de abril en pleno mayo se anegan las instalaciones, se inundan los pasillos y los bomberos se lo pasan en grande achicando agua. El director del «aeropuerto» asegura de modo contundente que la operatividad no se ha visto afectada en ningún momento y todo el mundo lo entiende por razones obvias. Hubiera sido una casualidad que desviaran un avión a la capital del valle y nos gastáramos el presupuesto en regalar a todos los pasajeros un flotador de Fluvi o alguna otra sandez. Los pocos que tuvieron la mala fortuna de encontrarse allí acabaron recogiéndose en la cafetería, el único lugar que se salvó de chipiarse. El control, la facturación de equipajes y hasta el sótano, donde se halla el fastuoso equipo de aire acondicionado y calefacción de tan bravo edificio, se empaparon en un santiamén y hubo que bajar el nivel de las aguas gracias al clásico método del badil y la palangana. Podemos congraciarnos de no vivir en el trópico, porque la terminal de Sanjurjo le haría la competencia al acuario de la Expo. Precisamente fue allí donde el Botijo, que acogerá las iniciativas ciudadanas de unas doscientas ONG y al que oficialmente han bautizado como El Faro, a tenor de su estructura de barro y pajizo, comenzó a supurar unas soberbias goteras que hicieron temer lo peor. Como era de esperar, el director del «botijo» salió al trote camino de los micrófonos para decir poco más o menos lo mismo que el director del «aeropuerto». No habló del anís, la popular bebida que se emplea a la hora de poner en circulación tan rudimentarios recipientes, sino de un barniz natural que recubre «casi» todo el pabellón. La zona donde todavía no se ha aplicado este aislante es la más castigada. El director del «aeropuerto» aludió al colapso del sistema de evacuación de aguas pluviales como la causa más probable de la inundación. Si cuela, es seguro que en la Casa Grande, cuando se montó la catarata, recurran a la misma excusa. De hecho, la Ronda Norte se colapsó ayer por las obras de asfaltado con más de doce kilómetros de automóviles haciendo sonar la bocina y hoy se cerrará la A-68 para ver si conseguimos colapsar también las carreteras. Como el AVE se colapsa él solito, por lo caro del billete y por lo difícil que es comprar un tiket desde Zaragoza, está cantado que perderemos los nervios y nos estallará el pecho de la emoción. No será por calmantes.

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