El Cuaderno de Sergio Plou

      


sábado 29 de septiembre de 2007

Carta a los imantados




    Saber mostrar con desenvoltura los flancos más débiles requiere cierta fortaleza interior. Supone haberlos superado o al menos mantenerlos a raya, de modo que no es difícil caer en trance bajo el hechizo de un papanatas. Si lo primero que atrapa nuestra atención - a la hora de relacionarnos - es la ingenuidad de alguien, debemos de estar alertas. ¡Podemos ser una persona imantada! Un ápice de autoestima en horas bajas y tres gotas de carencia afectiva, elaboran un perfume irresistible para este tipo de depredadores psicológicos. En el mejor de los casos sólo están buscando a la pareja definitiva, al amor de su vida. El asunto es que puede ser cualquiera. Y si es así aún estamos de suerte, porque los hay peores. En general, hay un poso enfermizo en los papanatas y convertirse en el elixir de su eterna felicidad no es para tomarlo a broma.

    La diferencia entre amor y obsesión es a veces hilarante, pero si te sientes como una piruleta vamos por el camino correcto. Al menos sabes cómo te sientes. No poder desprenderse del acoso de un papanatas sólo evidencia que tienes imán para los niños grandes, un recurso emocional como cualquier otro. En la asignatura de Recursos Humanos, el manejo de los papanatas incluye a todo tipo de elementos, lo que no resulta muy clarificador y a la vez dice bastante de la calidad de enseñanza que se imparte en Empresariales. La ciencia moderna afirma que los cerebros de las personas, en cuanto estructuras del pensamiento, van pasando por distintos estadios evolutivos según el contexto social en el que se desarrollen. El campo de lo intuitivo, por ejemplo, hace que los adultos nos consideremos más sabios a medida que comprendemos mejor lo que ocurre a nuestro alrededor y sabemos responder conforme a nuestros intereses. Aunque la publicidad, los medios y la educación consigan en ocasiones emborronar el carácter y la personalidad de los individuos, basta que en la conducta surja un poso de malestar o de impotencia para identificar el síntoma de una disfunción. El remedio más popular entonces es compartir el problema con una amistad. ¿Qué harías en mi lugar?

    Salvo que tengas vocación psiquiátrica o sacerdotal, cualquier relación de igualdad con los papanatas resulta una quimera, así que conviene aprender - de una vez por todas - a decir que no. Tener pena de alguien no parece un sentimiento agradable. Los imantados son gente que logró negarse en circunstancias inaguantables pero que no saben salir de otras porque no alcanzan el grado de violencia que necesitan para ejercer una tensión. Tensarse como una cuerda de violín al decir no es un gesto simple. Se aprende según se practica. Los aduladores piden a gritos un no cuando se materializan en plastas. Si dejas que se te apoderen los plastas, el que más se amontona te irá arrinconando en una esquina del mundo para devorarte allí en soledad. Y como lo sabes es cuestión de identificarlos a distancia. Para no volver a caer en sus trampas lo mejor es conocerse un poco. Probarse. Con el paso del tiempo la habilidad se irá afinando hasta ser un rádar.