Carroña espacial
viernes 22 de febrero de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Existe una carrera armamentística de la que se habla poco porque está camuflada y en la que se embarcan con cierta frecuencia chinos, rusos y estadounidenses. Se trata de una rémora arrastrada desde la guerra fría y se comenta en los medios de comunicación con desigual importancia - según el color de los amigos del depredador -, pero que consiste en los tres casos en hacer alarde de los proyectiles que se fabrican. Hace varios años que los rusos, tras el hundimiento de su submarino en el ártico y para infundir respeto a las repúblicas separatistas, lanzaron misiles de largo alcance que atravesaron el país desde los Urales hasta Sajalín, yendo a caer en las proximidades del Japón. Se nos presentó el acontecimiento como una amenaza del militarismo zarista del Kremlin, encarnado en la acerada figura del señor Putin. Los chinos, al principio de 2007, decidieron entrenarse con otro pepino de mayor calado y buscaron la excusa de destruir un viejo satélite meteorológico. Se observó el chupinazo desde Occidente con honda preocupación, haciendo énfasis en el ya clásico peligro amarillo. Ahora le ha tocado el turno a los yanquis, que han buscado justificación en la inminente caída a la Tierra del satélite espía que ellos mismos fabricaron. Un trasto equipado con un tanque de combustible tóxico, que se desplomaría con quinientos kilos de hidracina en los océanos si no ponían remedio. El remedio consistía en meterle un pepinazo antes de que entrara en la atmósfera y "la misión", como si se tratara de la segunda parte de la película Armagedón, ha sido a su juicio un éxito completo, por mucho que protesten los chinos y los rusos pidiendo todo tipo de explicaciones.
    Los avispados científicos franceses, sin embargo, lamentan que la justificación americana sea tan pueril, pues es bien conocido que la hidracina es bastante inestable y que se descompone en un gas inofensivo al elevar su temperatura en unos cientos de grados, un suceso que resulta obvio al penetrar en la atmósfera terrestre. Piensan que, ya puestos a buscar alguna disculpa, podrían haberla encontrado en los espejos de berilio que trasporta el satélite. El berilio soporta los 1.800º y es más nocivo que el polvo de amianto, incluso reventando el artefacto dudan mucho que no caiga sobre el planeta. También se muestran preocupados por el impacto que podría sufrir la Estación Espacial Internacional, que está a 120 kilómetros del centellazo. La órbita inclinada de la explosión podría afectar al próximo lanzamiento del Vehículo Automatizado de Trasferencia (ATV), el Laboratorio Europeo Columbus, que tiene que ensamblarse con la Estación Espacial Internacional. El despegue está previsto para el próximo 8 de marzo y tendrá que sortear demasiada basura por el camino.

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