Bajo cero
Crónicas
© Sergio Plou
viernes 14 de diciembre

  Fuera hace una rasca del demonio. Todo está bajo cero, no apetece salir. Hace tres días que fui padre putativo de tres alevines. Me nacieron en el acuario, pero me han durado vivos lo que un caramelo en un estudio de danza. De esto hará tres días y no puedo engañarme, los recién nacidos para el resto de los peces se habían convertido en un manjar. Desde entonces sólo me entran ganas de hacer masa química con la estufa. La estufa es de butano, y la bombona que había dejado fuera para cambiarla por otra nueva la he pagado dos veces. En mi comunidad de vecinos no se respetan ya ni las más elementales reglas de convivencia.
   Todo el mundo sabe que bajo una bombona vacía se encuentra la pasta que vale una nueva. Y que si la dejas ahí es porque no te queda más remedio que confiar en la bondad de la peña... Pues como si quieres arroz Catalina. Tras la última reunión del patio se respiraba demasiada paz. Había cambios de presidente, se mascaba un golpe de mano y crecieron en lo más alto de la cristalera del portal, como si fueran champiñones, los anuncios de las inmobiliarias. La suerte estaba echada.
   Algo que desconozco, sin embargo, debió ocurrir cuando me hallaba ausente. Lo deduzco porque nadie me ha pedido el número de cuenta para hacer los pagos. Semejante negligencia puede deberse a la desidia tradicional que envenena las relaciones entre mastuerzos, esa especie de guerracivilismo latente que suele estallar en improperios, amenazas e insultos a grito pelado según se aproxima en primera convocatoria la hora de la reyerta entre los dueños. El Teleñeco, mi vecino de arriba, se había encastillado con los papeles y las cuentas y no quería soltarlas bajo ningún concepto. No estaba dispuesto a aflojar la mosca por lo que a su juicio le salía gratis. Como se rifaba una manta de sopapos decidí no arriesgarme. Los dejé a solas para que se pasaran a cuchillo y sólo varias horas después, cuando hubiera acudido el juez y la Hermandad a levantar los cadáveres, y también la señora Eulalia a pasar la bayeta por el rellano, que lo habrían puesto perdido, conseguiría asomar la cabeza un servidor entre las rejas del patio con mucho sigilo. No olía a lejía. Todo estaba en calma y bajo cero, porque fuera hace una rasca del demonio ¿y no apetece salir?

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