Bajar la guardia
lunes 13 de julio de 2009
© Sergio Plou
Artículos 2009

    En épocas de crisis estamos particularmente bajos de defensas y somos pasto de timos, mangancias y rayaduras de cabeza. Tres cuartos de lo mismo ocurre cuando vamos de subidón, porque nos meten tal palo que nos doblan. En ambos extremos del hemisferio emocional, el mero hecho de bajar la guardia coloca a los sujetos a expensas de los francotiradores, gente despierta y al quite, siempre al cabo de la calle y dispuesta a sacar tajada de todos aquellos que caminan por el mundo dejando un rastro de inocente colonia.
   Es muy importante mantener la serenidad. Cuando se aprende a hacer teatro, los buenos maestros enseguida te enseñan el valor de estar limpio y despejado, con los pies en el suelo y viviendo el presente. No estoy hablando del seny catalán ni de la flema británica, sino del más castizo de los aplomos, ese tamiz que permite apartar las pepitas de oro de la simple morralla. Gracias a una mirada sin prejuicios será difícil que nos empuje el estrés contra la escollera o nos devore la ansiedad en cualquier ermita. Tan sólo es cuestión de saber esperar. Dejando que las aguas vuelvan a su cauce y ejerciendo humildemente nuestras labores, casi siempre se alcanza una paciencia divina.
    Y si no que le pregunten a Roldán, uno de nuestros más famosos ex directores de la guardia civil, célebre personaje que no tiene nada que envidiar a los policías de ficción que describe Steig Larsson en su última novela. Tomando como ejemplo a los insignes mangantes de la política peninsular, es sencillo evaluar los riesgos de llevar una vida delictiva y al mismo tiempo —como conejillos de indias— comprender que nos conviene siempre guardar la serenidad. Roldán, al fin y al cabo, no es el Solitario. Tampoco ha robado un furgón blindado mientras se encargaba de su seguridad. Ni siquiera desfalcó a una caja de ahorros actuando como jefe de una de sus sucursales. Simplemente fue el director de la benemérita en una época en que nuestro alcalde era ministro, y dentro de siete meses va a salir de la cárcel de Zuera, en cuyo centro de inserción social duerme todas las noches. El riesgo de bajar la guardia es que alguien te dé un palo. Pero si el palo lo das tú y bajas la guardia, te pueden caer treinta años de prisión. La vida se reduce a ser inteligente y estar muy despierto, con fortuna y si eres buen chico, al final se queda la condena en la mitad. Quince años en la trena por llevarse diecinueve millones de euros —eso es lo que dicen, que puede ser más—, no es una tontería pero depende de las expectativas. La mayor parte la pasó en la cárcel de mujeres de Ávila, abrillantando el corredor de las reclusas y el chiringuito de los vigilantes, jugando a las damas tranquilamente y afirmando siempre que el bueno de Paesa —un agente secreto de la inteligencia hispana— era el malo que se había quedado con el botín. A toro pasado y con la pasta a buen recaudo, ¿firmaría usted por gozar una vida como la de Roldán?
    Vayamos por partes. A las cuentas numeradas en Suiza y Singapur, hay que añadir también una villa en las Antillas y un «chamizo» de más de doscientos metros cuadrados en pleno centro de París, aparte de una quincena de inmuebles bien repartidos por toda España. Todo este ajuar, conseguido durante la época en que sirvió al Estado —o se sirvió de él— todavía lo mantiene en su poder. Apenas le han embargado cinco garajes, un par de chalés en Cádiz y el que tenía en Cambrils, a parte de la casa de sus papis. Salieron a subasta pública hace ocho años y se hizo una caja de millón y medio de euros. Así que dentro de siete meses y pico saldrá Roldán a la calle con su capital casi intacto, o lo que es lo mismo, en manos de su esposa, de varios testaferros y sociedades de pega.
    Gracias a la concesión del segundo grado, trabaja para el empresario Arturo Beltrán, al que le entusiasman las casas de copete —no olviden los réditos que reportaron los edificios del paseo de la Independencia—, a cuya vera cuenta Roldán los días que restan para campar a sus anchas. La vida apasionada de este mengano, con su galopante huída a Laos y sus farras de coca y golferío —que hasta salieron en el Interviú—, podrían convertirse además en un best seller del futuro. ¿Conviene o no guardar la serenidad, estar atentos y bien colocados en la parrilla de salida? Y meterse en política, para probar suerte, ¿compensa o no compensa?

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