Alerta naranja
Crónicas
© Sergio Plou
lunes 17 de diciembre de 2007

   Tengo los cristales de las ventanas completamente empañados. Se trata de una señal. O soy un cerdo o es que hace frío. Lo mismo las dos cosas, así que les he puesto a los peces bufanda. Han dicho por la radio que uno de estos días igual nieva. A esta duda metafísica el gobierno le ha puesto un nombre muy colorista: Alerta Naranja. Vivir en alerta es más divertido que vegetar porque al menos se aguarda la llegada de los acontecimientos. Además, si la gama muestra un corrimiento al rojo es que los augurios son peligrosos. De momento estamos en el matiz anaranjado, aunque el ayuntamiento haya comenzado a echar sacas enteras de sal en los pasos de cebra. Temen que la terecera edad fortuitamente se venga arriba y se desnuque, porque las aseguradoras están a la que salta. El naranja, para la climatología, es símbolo de prudencia. Al que se sobra de prudencia le dicen aquí que caga con medio culo. Porque lo normal, ante una petición abusiva de prudencia, es que campe a sus anchas el recochineo. Subirse por las paredes y alcanzar un significado psicológico en ciertos casos es de justicia. Un abuso del naranja termina por desesperar, todo el mundo lo sabe, de ahí que simbolice también a la esquizofrenia. A los gobiernos les cuesta siempre decretar las alertas, de alguna forma colocan a la peña en el disparadero de cualquier cosa. Una Alerta Naranja, por su indefinición, es como una bandera amarilla o un semáforo en ámbar. Depende de algo tan aleatorio como las circunstancias. Yo me pongo de vez en cuando en alerta para no perder los reflejos. Dicen que es la edad, pero yo pienso que son los años. Los años que hace que no me pongo la camiseta naranja. Entendámonos. Tengo un jersey pistacho que levanta del cruasán a cualquier corbata y también uno fucsia con coderas que resulta muy entrañable. No digamos nada del viejo polo trenzado en fibras de crema y oro, el de botones de ancla. Calificarlo de kitsch es quedarse corto. Estoy dándole vueltas al ropero por varias razones al unísono. La más evidente, con toda la pena que me da, es que tendré que jubilar el armario. Me refiero literalmente al mueble, que ya no encaja en las bisagras. Me temo que si no encaja es porque se halla en avanzado estado de gestación. O lo que es lo mismo, repleto. A mi con la ropa me pasa lo mismo que con los medicamentos. Me encuentro un tubo de progestogel o una caja de Flagyl y se me queda la misma cara de estupor que cuando encuentro una chupa raída o unos pantalones vaqueros demasiado estrechos. ¿Qué hace esto aquí? ¿Y ésto? Ambas preguntas traen aparejado el fenómeno de aventar zarrios y reliquias, el mismo espíritu de fumigar. Es lo que tienen las alertas naranjas... Comienzas haciendo colada, te entretienes con las camisetas y acabas abriendo el ropero. Más que abrirlo es él quien se entrega completamente gracias a un poderoso eructo de madera. Apenas tuve tiempo para capturar las puertas, de tal modo que en un rapto de locura comprendo perfectamente que cualquiera lanzaría entonces por la ventana el armario entero. Ruedas incluídas. Es así, la alerta naranja alberga en su interior un meteorito de mala sangre, un cuajo desagradable que conviene mantener a raya.

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