El Cuaderno de Sergio Plou

      


jueves 3 de julio de 2014

Aferramientos




    La gente ya no se acuerda pero al principio de la transicin, cuando se produjeron las primeras elecciones, los nuevos diputados y concejales se sintieron marcados por la zozobra y el desamparo. Se vivan tiempos revueltos y la carcundia estaba encolerizada ante la disolucin del franquismo como un azucarillo en la democracia, de modo que las caras ms visibles de los partidos de la izquierda necesitaban cierta proteccin. Fue entonces cuando naci el aforamiento y todo el mundo, salvo los herederos del antiguo rgimen, contemplaron aquella medida con lucidez. Tengan en cuenta que la polica se empleaba a conciencia en aquella poca y tras una carga de caballera no era tan complicado encontrar por el suelo un cadver. Tampoco era difcil que se disparase una pistola. Repasen los peridicos de la poca y comprendern que el aforamiento de los representantes polticos a finales de los setenta permiti a muchos de ellos que no les abrieran el crneo de un porrazo durante una manifestacin. Los representantes sin padrino, los herederos de la clandestinidad, necesitaban blindarse de alguna manera ante la vieja casta del movimiento nacional y los falangistas de ltima hornada. Disearon y levantaron un poder emergente, con fueros frente a la accin policial y judicial, dotando a las Cortes Generales de fondos suficientes como para resistir un asedio. Hoy, de hecho, almacena ms de sesenta millones de euros al margen de su presupuesto legal. Pero lo ms importante fue que los nuevos diputados y senadores, alcaldes y concejales compartan escao en igualdad salarial con los herederos de la dictadura, reconvertidos a la democracia por arte de birlibirloque y sostenidos por los poderes fcticos.

    El aforamiento —o la inmunidad de los representantes pblicos— analizado con la perspectiva que ofrecen cuarenta aos de chapa y pintura, fue una jugada maestra. Permiti a las viejas familias adineradas mantener su podero econmico mediante una ley simplona, la que garantizaba a los colaboracionistas de la transicin un seoro ilusorio, un trato especial que hasta ese momento slo perciban ellos, sus allegados y los que tuvieran a bien designar para que se ocuparan, como dios manda, de sus intereses. Estamos hablando de una poca en la que se atropellaban los derechos de la gente por inercia y por costumbre, como quien pasa la mopa para abrillantar el terrazo.

    A tal punto lleg la farra que se extendi el uso de una frase que hoy causara cierto impacto viral, la ya mtica usted no sabe con quin est hablando, y que permita a cualquiera promover una pausa durante una lluvia de hostias. Aqu entonces slo te salvaba de la quema el ser alguien o darte nfulas, y como hubiera hecho cualquier conde o marqus ante un trato indigno o vejatorio, impropio de su alcurnia y su cuenta bancaria, nos soliviantbamos tambin los dems con la esperanza al menos de ser sometidos mediante una causa por ridcula que fuera. Hace cuarenta aos pedamos a la polica, no ya que se identificaran ellos, al revés, que antes de repartir estopa nos tomaran en consideración. No por gusto sino para establecer la presuncin de inocencia y que de algn modo quedara constancia de los hechos porque el habeas corpus era un drama. Y lo sigue siendo. Quin nos iba a decir ahora que entregar el carn slo servira para verificar nuestro domicilio y recibir una buena multa.

    Si la presunta culpabilidad de antao ahora se regala por aadidura, dentro de lo viejuna que sigue siendo Espaa, sus jefes e instituciones, aspirbamos entonces a ser tratados con la misma dignidad que nuestros representantes pblicos. Es ms, creamos que aforando a los diputados se crearan leyes despus para proteger los derechos y las libertades, tratando con un mnimo de decencia a las personas. Ahora estoy convencido de que ese respeto dur el tiempo que les cost adaptarse al sistema. Pronto dej de contemplarse el aforamiento como un santo y sea. No recuerdo cundo se convirti en un salvoconducto pero despus llegaron los pases, las entradas de palco, los asientos vip y las zonas reservadas. Poco a poco, el hecho de haber sido elegido como representante adquiri la categora de privilegio, producindose la consabida distancia entre polticos y ciudadanos. Aparecieron entonces las tramas, el ladrillo, los coches oficiales, los sobresueldos en negro y de regaliz y hasta las cuentas en Suiza. Si tuviera que escoger una imagen del deterioro me quedara con la llegada de Artur Mas en helicptero, durante las protestas del 15M en Barcelona, cuando los diputados del Parlament —que iban a votar nuevos recortes contra la ciudadana— tuvieron la oportunidad de volver a sentir por un momento la experiencia de la fragilidad humana. En aquel instante, cuarenta aos despus de los cuarenta aos de dictadura, los votantes se atrevan a pedir respeto a sus representantes en su misma cara y en vez de mostrar aquellos un pice de humildad, salieron huyendo. Desacostumbrados al roce con la gente se encastillaron en sus pesebres y no hay otra forma de despegarlos de sus poltronas que formando partidos, foros y movimientos ciudadanos, acudiendo incluso a las elecciones con el propsito de limpiar los malos hbitos que se instalaron en la administracin.

    El aforamiento slo ha servido pues para incluir en las lites a los polticos y partidos garantes del rgimen, dando paso luego a una simple licencia para delinquir, la que permite ser juzgado entre pares por un tribunal superior. Tan supremo es el juzgado que incluso es capaz de comprender perfectamente las trpalas inmobiliarias de un presidente de comunidad autnoma, hasta el punto de no ver delito en las mismas. De modo que puede seguir trapicheando a su gusto, cobrando en ticos, forrndose segn su agenda de ilustres contactos y aferrndose al silln como si no hubiera un maana. Resistiendo igual que una infanta al vapuleo. Aguantando como un rey su propia andropausia. Retrocediendo hasta el siglo XIX en plena era de la tecnologa, la ciencia y la informacin. Tratndonos en definitiva como a menores de edad, aunque ya no funcione.