Centinelas
Crónicas
© Sergio Plou
jueves 13 de marzo de 2008

      Las noticias y los avisos se producen súbitamente. Sobre todo los más nefastos, que me pillan a desmano. Ayer, sin ir más cerca, me fallaron los reflejos. No supe reaccionar ante el anuncio de una muerte: la madre de una amiga nos dijo adiós. Me pareció demasiado repentina - como si los fallecimientos tuvieran que seguir algún protocolo o cuando menos llegar tras una cuña publicitaria - y no me atreví a preguntar por el funeral, lo que me dejó en ascuas a la mañana siguiente. Si hay algo que me desagrada sobremanera, más aún que la aparición de la parca en nuestra rutina diaria, es sin duda el absurdo escrutinio de las esquelas. Pero si te da grima sonsacar la hora de un entierro no te quedan demasiadas opciones. Desde hace un año y pico me da la triste sensación de que me paso el tiempo hojeando esas lápidas de papel que salpican de cruces los periódicos. La penúltima fue hace poco menos de un mes, cuando la malaria se llevó a Cristina en Cádiz una noche de carnaval. La anterior fue la de Miguel, el maestro de clown. Y así me puedo remontar tranquilamente hasta la de mi padre. Voy a tener que borrarme unos cuantos años de encima porque una vez que cruzas la frontera de los cuarenta empiezas a ver cómo se larga la gente y no terminas la cuenta. ¿Empiezo a ser supersticioso?
      Mi madre casualmente me telefoneó ayer preguntándome sobre cómo llevo la vista, pero no pude contestar debido a un problema acústico. Mi móvil cambia de volumen a su antojo y ahora sólo emite un bip lánguido para comunicarme la llegada de un mensaje. Es un pitidillo inaudible y como tal se pierde en el marasmo de ruidos que nos persiguen a diario. La tecnología se me rebela entre las manos, incluso mi correo electrónico se niega a abrir la bandeja de entrada, situación que ya resulta exasperante. Menos mal que mi hermano pequeño me lanzó una llamada el otro día cuando estaba entrando por la puerta de la sexóloga. Quería quedar a tomar un café en apenas una hora, antes de recoger a los críos, y no pudo ser porque todavía desconozco el secreto de la transustanciación. Asombrosamente al teléfono le dio por sonar nítido y claro. Pat, sin embargo, me soltó un bip inapreciable para avisarme de que estaba cerca de mi casa. El lánguido pitido se confundió con las misteriosas sonatas de Franz Biber que estaba escuchando mientras escribía. Ayer también estuve hablando con Alejandro, el compositor, sobre los problemas de sonido que tuvo en la Multiusos antes de empezar a tocar y pensé que algo nos pasa en los oídos que termina afectando a los aparatos electrónicos. O tal vez sea al revés. Si no funciona la petaca que nos cuelgan del culo, si los chivatos que nos avisan de cómo se escucha el mundo se enreligan en un océano de cables y conexiones, estamos perdidos. Así que he subido el volumen del móvil al máximo, si quiero enterarme de lo que ocurre no me queda más remedio que dar el cante.
     A mi cuñada - Chus - para localizarle un cáncer de mama le inyectaron un marcador isotópico con tecnecio 99 en la zona peritumoral. Sólo fue necesaria una dosis de apenas un mililitro. El trazador, en su viaje por el interior de la axila, lo iba tiñendo todo de azul hasta que localizó el ganglio que los médicos califican de centinela. Mediante una sonda gamma lo detectan y lo extraen para su análisis. El resultado no pudo ser más satisfactorio. No evitará la radioterapia pero se ha quitado un gran peso de encima.
     A mí me gustaría tener un tirachinas de tecnecio 99. Detectar los problemas del mundo sin necesidad de sumergirse completamente en ellos, sería un adelanto social de primera magnitud. Bastaría con cargarlo de pelotillas y disparar contra donde tú creyeras que se encuentra el centinela. El guardián no es otra cosa que un chivato, el soplón de un agobio, la raíz de un conflicto o cualquier otra pesadilla. En caso de acierto veríamos cómo el objeto de nuestros desvelos se tiñe inesperadamente de azul y lo analizaríamos detenidamente gracias a la sonda gamma. A mí me sería de gran utilidad gozar de un sonda facilona, no me comería tanto la cabeza con situaciones extrañas, meras casualidades o descabelladas hipótesis. Si los científicos llegan a inventar un dispositivo de estas carcaterísticas, tendría que ser muy económico, en caso contrario no ganaríamos para pelotillas y como pondríamos todo perdido de azul, estaríamos obligados a utilizar una extensa gama de trazadores. Estoy convencido de que descubriríamos más problemas de los que somos capaces de analizar a primera vista y que en el momento más inapropiado emitirían un bip confuso y se quedarían tan anchos.

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