El Cuaderno de Sergio Plou

      


sábado 5 de septiembre de 2009

2012




  —No son gente discreta —apostilló Dámaso—. O como ustedes dicen en castellano, son chusma: se pasan cinco pueblos.

  Dámaso dejaba oscilar el cráneo a derecha e izquierda, a medias negando lo que leían sus ojos en el periódico y en parte sin acabar de creérselo.

  —Hacen un flaco favor a los demás extranjeros y luego pagamos justos por pecadores —continuó su monólogo—. Y además en la calle Ávila, ¿se enteró? ¡La pucha! En un barrio de trabajadores se dedican a calentar ladrillos.

  A Dámaso rara vez me lo encuentro en la cafetería. Coincidimos de forma casual, y generalmente porque acude hasta la barra con varios kilos de limones para el té, los refrescos y los cubatas. Se ha convertido en el proveedor de cítricos del Moderno y al verme ojeando el diario se le ocurrió preguntar si estudiaba las noticias para afrontar un examen. Como no entendí el chiste, se paró a mi espalda y reparó en el reportaje de la Hoja Parroquial. Con todo lujo de detalles desgranaba una avezada periodista los sucesos de ayer por la tarde en Zaragoza, cuando el soliviantado vecindario de la calle Escosura tomó la acera protestando por la prostitución que reina en la zona.

  —Pero qué lisura, ¿y van en serio o es una pollada? —preguntó Dámaso, el «couch» personal de mis vecinas, tomando asiento junto a mi mesa y pillando la prensa de mis propias manos—. Las de África son marcianas. Se paran en los soportales y enseñan las patas en el mismo morro de las ñorsas.

  —¿Ñorsas? —interrumpí aturdido.
  —Las parientas, que dicen ustedes. Las rucas se ponen ladillas con sus machucafuertes, que son los maridos allá en Lima. Les dejan la sopa en los bajos haciéndoles una gayola rápida en el portal de la esquina. O un chuculún en el carro más próximo, lo que sea con tal de sacarles diez nabos.
  —¿Diez nabos?
  —Diez nabos hoy y diez mañana, ¿va haciendo cuentas? Súmele usted las copas del dominó, lo que gastan en fumar roslin y verá que a los abuelos les queda poca guita para luz, casa y compra. Mozo —espetó Dámaso exagerando la pantomima —. ¡dos rubias al polo en prima! A los abuelos españoles les pone ir por la vida de condes, aunque sea durante cinco segundos, menudo bochorno. Qué roche. ¿Ya vio usted el escándalo de Barcelona? —continuó Dámaso con entusiasmo—. Hasta salió en la televisión.
  —No gasto televisión.
  —Perdona carreta, porque pinta de pobre no tiene —concluyó el «couch» de mis vecinas visiblemente atorado—. Si hay necesidad sé dónde conseguirle una tiza de aparato. Una TDT de lo más elegante a poco más de sesenta nabos.
  —No hay necesidad, es que no me van los anuncios — susurré evadiendo tan generosa oferta—. Me bajo de internet lo que me interesa y aquí paz y después gloria.
  —Acabáramos —entendió el mancebo—. O sea, que usted es un pirata de los que estudian los periódicos. —Se me acercó hombro con hombro para hacerme una confidencia—.Tengo entendido que una imagen vale más que mil palabras, ¿no cree?
  —Depende de la imagen.
  —La imagen de unas etíopes muy papayas echando un culo bajo los porches del mercado de la Boquería —subrayó—. Y no es cosa de hoy, hace un ratón que sangran la zona.

   Dámaso prosiguió la lectura haciéndose el interesante mientras dejaba caer múltiples interjecciones, como si no entendiera lo que ocurre en este país, pero también con la envidia insana de quien le gustaría fundirse diez nabos todos los días mojando el churro.

  —No son gente discreta —sentenció—. Y no tendrán familia, esta chusma no ahorra para el fin del mundo, se lo digo yo. Nancy que Berta. Y eso que sólo quedan tres años.
  —¿Tres años para qué?
  —Para el fin del mundo, ¡qué lenteja! —sonrió—. Pero si han montado hasta una película para anunciarlo.
  —¿El calendario de los mayas? —pregunté sin convicción.
  —El 21 de diciembre de 2012, ¿le suena?
  —Tenía entendido que el calendario maya acaba el 25 de julio. Lo llaman el día fuera del tiempo—repuse.

  Dámaso me echó un vistazo de arriba abajo. Cerró el periódico despacio, extrajo un pañuelo del bolsillo del pantalón y se secó el sudor que comenzaba a perlar su frente.

   Desconozco las conclusiones a las que llegó en tan breve lapso de tiempo. Tampoco sé si estaba incubando la gripe A o le dio un flato, tan sólo recuerdo que le cambió el color de la tez y que de pronto se sintió indispuesto. Hizo ademán de levantarse pero no se tenía en pie, de modo que le agarré fuertemente de los sobacos hasta la parada de autobús más cercana.

   Tuvo suerte de que era sábado y pudo sentarse.